José Carlos García Fajardo
Con el fin de luchar contra la exclusión social, es preferible comenzar de nuevo que poner parches para calmar las conciencias de los que no saben ver que el hambre, las epidemias, la desertización y la explotación no son causa sino efectos de una pobreza de la mayoría por la ambición de minorías poderosas.
Sin un ambiente de participación ciudadana, el voluntariado social pierde su sentido. Todo está relacionado y es interdependiente. El planeta tierra no conoce ni primer ni tercer mundo, es una realidad global que a todos nos afecta. Debemos acostumbrarnos a pensar con perspectiva planetaria y pasar de la ecología a la ecosofía, sostenía el Maestro Raimon Paniker. La primera se ocupa del estudio del medio ambiente, mientras que, en la segunda, nos sabemos parte del mismo.
No sólo nos va en ello la calidad de vida sino la misma supervivencia, pues no en vano se conoce ya el peligro inminente de que el actual modelo de desarrollo pase de injusto a inhumano. Esto no cuenta tan sólo para los países del llamado Tercer Mundo. Y si a alguien “fatigan” estos datos, más fatigan a quienes los padecen, como dijo el entonces Secretario General de Naciones Unidas, Butros Gahli, quien pidió “un nuevo pacto mundial entre el Norte y el Sur para evitar el estallido de una bomba social integrada por 1.300 millones de personas que viven en la miseria sin acceso al empleo, a la sanidad o a la educación. De la respuesta política y del compromiso financiero de los países más ricos depende el futuro del planeta, ya que la explosión social es inminente”.
Los más atroces sistemas sociopolíticos y económicos de la historia fueron anunciados previamente en publicaciones sin que el gran público reaccionase. No sería difícil enumerar las obras y los autores que a lo largo de la historia anunciaron con tiempo las calamidades que habrían de suceder una vez que conquistaran el poder. Pero baste con esto para terminar con la fantasía de que el voluntariado social se ocupa sólo de los pobres y marginados “nacionales”, por decirlo de modo suave. El voluntariado social hunde sus raíces en el grito de los pobres, y no sólo les presta su voz y sus manos sino que los escucha con atención porque ellos deben ser los protagonistas de su andadura vital y no comparsas en un guiñol cuyos hilos no están en sus manos.
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