Cuando Fidel Castro, a la cabeza de guerrilleros que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista, concluyó su campaña de liberación del pueblo cubano a fines de 1959, se creyó en todo el mundo que era para imponer democracia y justicia, libertad y dignidad en el país sojuzgado por el régimen derrocado; pero, pasaron pocos meses en que el nuevo régimen hizo ostentación y gran propaganda de practicar la democracia y buscar justicia y libertad para su pueblo, se confesó marxista-leninista y, de hecho, comunista; pero, con la salvedad de resumirlo todo con el calificativo de “castrismo” o “castro-comunismo”.
Castro, defraudando todo lo que el mundo esperaba para el retorno de la libertad y justicia a Cuba, impuso una sañuda dictadura con la aplicación de medidas drásticas contra quienes “no estaban de acuerdo con la revolución y con el nuevo régimen”, implantó el “paredón” en que se fusiló cada día a varios disidentes o contrarios que no eran del agrado ni conveniencia del dictador que, en insanía y maldad, superó a Batista. Pero, apoyado por la URSS decidió “expandir” la doctrina castro-comunista en países no sólo del continente sino del mundo y, así desplazó fuerzas al África y a Bolivia, seguro de que “habían países ansiosos de conseguir la libertad”. Las libertades concebidas por Fidel Castro y la camarilla que lo acompañó consistían en “libertad para destruir, para fusilar, amedrentar, sojuzgar y manipular al pueblo” al estilo netamente cubano-castrista; pero, en ambos casos le salió “el tiro por la culata” porque donde quiso imponer su doctrina y las malas artes de su régimen, fracasó por el rechazo de los mismos pueblos aunque quedan resabios con algunos “leales a la causa castro-comunista”.
Pasados varios años de vigencia de la dictadura castrista, surgió en Venezuela el señor Hugo Chávez Frías, que quiso imponer el castro-comunismo en la patria de Bolívar; en diez años de gobierno con tintes democráticos, impuso una dictadura que sumió al país en la peor crisis económica de su historia y lo dejó en situación precaria; luego pasó su herencia como jefe de sus políticas izquierdistas extremas a Nicolás Maduro que ha ocasionado grandes males y causado la muerte de muchos venezolanos, tan sólo por el hecho de no aceptar al régimen tiránico o no pensar como el militarismo impuesto que obedece ciegamente los dictados del tirano. Venezuela sufre, pues, las consecuencias de la ignorancia, estulticia y la vocación prorroguista de Maduro que, conforme transcurren los días y los extremos de hambre, necesidades, pobreza, angustias y ansias de libertad en el pueblo, tienden a ser interminables.
Nicaragua, con Daniel Ortega como presidente, a la cabeza del régimen sandinista, ha decidido imponer a su país el castrismo con miras a resucitar al comunismo que, a partir de 1989 ha periclitado en la Unión Soviética y en países que eran satélites dominados por la dictadura comunista. Ortega, decidido a imponer los extremos con tal de conseguir que resurja el comunismo, causa muchísimos muertos y heridos, ante las manifestaciones de rechazo y repudio del pueblo que no acepta más a su gobierno y menos sus intentos de hacer de Nicaragua otra Cuba o posiblemente el primer “satélite castro-comunista” en América Latina. Nicaragua sufre, debido a las políticas impuestas por Ortega todo tipo de sacrificios empezando por la muerte de 127 personas hasta el 5/6/18 que, al igual de lo que ocurre en Venezuela, la tiranía cobra vidas y destruye la economía.
Hay que convenir que, con Bolivia el castrismo trató de reeditar lo hecho en Venezuela y en Nicaragua; pero, no resultó del todo como seguramente pensaban Maduro y Ortega con la venia de Raúl Castro, hermano y sucesor de Fidel Castro, que sigue las mismas políticas represivas, pese a que se creía terminarían luego de los “acercamientos” del régimen a los Estados Unidos con el propósito de volver a los cauces democráticos.
Las interrogantes en Bolivia son si se querrá imitar a Venezuela, Nicaragua y Cuba; si el gobierno del señor Evo Morales y su partido, MAS, han decidido hacer del país “otra Cuba u otras Venezuela y Nicaragua”; pero, existe la esperanza, hecha seguridad en muchos estratos del país, de que esos extremos jamás se sufrirán en Bolivia que tiene vocación por la libertad y la democracia que es muy difícil de destruir. Hay medidas dispuestas por el gobierno que apuntarían a los extremos vividos por Cuba, Venezuela y Nicaragua y que preocupan seriamente al pueblo boliviano; pero, por dignidad y principios y valores del pueblo, no se aceptaría ni permitiría.
El ejemplo expandido por Cuba a través de Venezuela y Nicaragua es pernicioso para los países de Latinoamérica, donde las naciones como Argentina, Chile, Perú, Ecuador (que salió de los extremos de Correa), Colombia, Brasil, Uruguay y los que se encuentran en Centroamérica viven en democracia y goce de libertades y, con seguridad, sus pueblos no aceptarían la imposición de un régimen comunista.
Felizmente, en Bolivia hay dignidad -una condición humana mantenida desde siempre y que no es concesión de ningun gobierno-; vocación por la libertad, rechazo a toda forma de dictadura y tiranía y menos a la imposición del comunismo. El apoyo a Maduro y Ortega por parte del gobierno, no es de ninguna manera sentimiento de los bolivianos. Así se ha demostrado con la solidaridad con los pueblos de Venezuela y Nicaragua, cuyos sufrimientos son compartidos por el pueblo boliviano que desde todo punto de vista desea que en ambos países se restablezca el respeto a los derechos humanos, las libertades, la democracia y la justicia. El pueblo boliviano ya no es capaz de aceptar imposiciones ideológicas o partidistas contrarias a las libertades y a la vigencia de la democracia; busca, además, que el sistema Judicial, como poder del Estado, sea restablecido plenamente para la vigencia de la Justicia que es bien al que tienen derecho todos los pueblos; finalmente, busca la vigencia de la Constitución y de las leyes sin darse lugar a prorroguismos que lastiman a la nación.
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