Mil palabras
Ramón Grimalt
A mi modo de ver, Carlos Mesa comete el error de enfrentarse abiertamente al Gobierno que preside Evo Morales; de hecho se ha enzarzado en un burdo cruce de acusaciones con el ministro de Gobierno, Carlos Romero, que no parece conducir más que al abismo. El expresidente parece saber lo que hace. Domina como nadie el “recurso Twitter” y lo utiliza a diestro y siniestro sabedor de que la artillería del Movimiento Al Socialismo (MAS) se concentra en sus presuntas (y aún no probadas) relaciones con intereses de terceros en el marco del controvertido caso Lava Jato y, de paso, en su actitud de desmarcarse del gonismo cuando las papas quemaban en aquel aciago mes de octubre de 2003.
Mesa, supongo, está jugando sus cartas en una partida de póker de pronóstico reservado, donde el Gobierno siempre suele tener un as bajo la manga; pero al mismo tiempo, es consciente de que hoy en día es el único político con la suficiente credibilidad mediática ante la opinión pública para decir sus verdades al Gobierno y no perecer en el intento.
Más allá de su excelente defensa de la cualidad marítima boliviana en los foros internacionales, Carlos sabe que debe aprovechar el momento. Aunque él lo niega por activa y por pasiva, es muy probable que se enfrente a Evo en las urnas el año que viene. A Mesa, como a cualquier político que se precie de serlo, le seduce el poder; es más, busca una segunda oportunidad para pasar a la Historia del país que él mismo escribió, alejándose de una vez por todas de esa “Presidencia sitiada” en un contexto particularmente difícil.
Insisto: es aquí y ahora. El tren de 2025 está aún muy lejano y el paso de la factura del tiempo es muy alta, demasiado, en un momento en que el país necesita alternativas políticas al masismo y no porque éste lo haya hecho particularmente mal, sino porque la renovación es siempre saludable en democracia, como lo expresaron los bolivianos en las urnas el 21 de febrero de 2016 y que el propio Mesa enarbola como bandera. Claro que no será tan sencillo. Carlos debe aprender a rodearse de colaboradores políticos en vez de técnicos y especialistas para preparar la batalla electoral. Seguramente sabe que será una contienda muy dura y compleja. Se enfrentará a una mega estructura estatal que no escatimará recursos públicos en la campaña electoral, llevará su modelo de desarrollo progresista hasta el confín del territorio patrio y convertirá en propaganda todo aquello que toque.
Queda claro, por lo tanto, que una eventual candidatura de Mesa deberá contemplar una serie de alianzas políticas. En este sentido, resultaría nefasto, por ejemplo, mirar hacia los partidos conservadores cuando su objetivo podrían ser los movimientos nacidos del seno de la sociedad civil a partir del 21-F. Esos colectivos ciudadanos conformados por la clase media boliviana presentan perfiles jóvenes lo bastante interesantes para secundar una candidatura sólida. De cualquier modo, estamos ingresando en el jardín de las posibilidades que no son lo mismo que las probabilidades; quizás se trata de un deseo expreso de que las tornas cambien en un país anquilosado en un modelo con visibles visos de caducidad. Puede ser simplemente eso o un interesante juego de mesa.
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