Vueltas al conocimiento
Fátima Arranz
La igualdad entre mujeres y hombres sigue siendo un capítulo pendiente en nuestra convivencia, como desgraciadamente muestran casi a diario las noticias de los asesinatos de género, cuando no son sobre las brechas salariales o la infrarrepresentación femenina en las cúpulas políticas, económicas, culturales, etc. ¿Qué sucede entonces en esta sociedad en la que prácticamente todos y todas mostramos, según dicen las encuestas, una opinión favorable hacia la igualdad?
“Es indudable que nunca me habría enfrentado con un tema tan difícil de no haberme visto arrastrado por toda la lógica de mi investigación”. Con estas palabras Pierre Bourdieu, el sociólogo sin duda más reconocido del Siglo XX, abre el preámbulo de su texto La dominación masculina. Esta afirmación viniendo de dónde viene es más que significativa no sólo por apuntar la dificultad que entraña el conocimiento sobre este asunto, sino también porque señala que conocer las relaciones existentes entre varones y mujeres tampoco es concedido tan sólo con el esfuerzo de aplicar el sentido común a semejantes categorías. Quizá sea ésta, quiero creer, la dificultad principal para que las personas ideológicamente progresistas y comprometidas con la justicia social tengan tanta confusión en entender qué es el feminismo, después de tanta historia impecable a favor de la igualdad humana, como este movimiento ha dejado ya escrita.
El feminismo no es ni más ni menos que un proyecto político por la igualdad entre hombres y mujeres, el resto de aditamentos con los que se suele “coronar” este concepto son miedos, prejuicios o intereses espurios.
Si bien es cierto que en la actualidad en España se ha conseguido que la mayoría de sus habitantes acepten la idea de la igualdad entre los géneros, sin embargo en lo tocante a su asimilación como práctica social, la cosa cambia y mucho. No solamente porque, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), únicamente el 3 % de las mujeres españolas cree que el feminismo es la etiqueta ideológica que mejor las define políticamente (frente a un 20% de mujeres norteamericanas), sino también porque el sexismo sigue estando todavía muy presente en todos los órdenes de nuestra realidad.
Sí, como suena: el sexismo sigue estando muy presente en buena parte de nuestras relaciones diarias. De momento, señores, no se mesen los cabellos. Es cierto que el sexismo más conocido, el que todos retienen en su cabeza, el manifiestamente hostil se puede decir que prácticamente ha desaparecido -afortunadamente-, pero ha dejado la mayor de las veces en su lugar al sexismo benevolente -como expresión de que permanece ese mal de fondo- término definido en su día por Peter Glick y Susan Fiske. Pondré un ejemplo de una experiencia vivida no hace muchos días con motivo de una reunión en un tablero ciudadano, en principio poco sospechoso de machismo, conformado por distintas asociaciones y colectivos de activistas por el cambio social. En el encuentro estábamos reunidos prácticamente todos los grupos que, sobre todo en los últimos tiempos, se muestran inquietos y disconformes con el auge de la política neoliberal contra los derechos del trabajo, de la ciudadanía (salud, educación, etc.) y de la convivencia armónica entre la diversidad humana y de ésta con la naturaleza. Si bien la presencia numérica de mujeres y hombres en el auditorio era equilibrada, sólo tomó la palabra aproximadamente un 10% de mujeres del total de los intervinientes, unos treinta. Todos y todas aplaudimos con sinceridad las nuevas y las viejas propuestas para lograr un mundo más equilibrado, justo, solidario y libre de yugos. Entonces ¿por qué a partir de que expuse en mi turno de palabra una de las muchas reivindicaciones feministas todavía pendientes, como es el bajo liderazgo -que no participación- de las mujeres en los movimientos sociales, los siguientes intervinientes sólo se dirigieron a mí con la mirada, y siempre con actitud paternalista, cuando hacían ellos mismos alguna referencia sobre las mujeres? ¿Era acaso yo la anécdota de la reunión, entre el numeroso conjunto de mujeres que allí estábamos? ¿Me reprochaban acaso con su actitud el no estar debidamente informada de que la igualdad ya estaba instalada en nuestra sociedad? En sus intervenciones no me dejaron de subrayar -insisto en personalizar porque no miraban a nadie más que a mí- lo bien que trataban ellos a sus señoras y la suerte con la que ellos contaban por tener unas mujeres tan buenas madres y cuidadoras. Tras de mi intervención, se prodigaron en abundancia los elogios y vítores a la existencia de las mujeres. Creo que esa tarde se fueron todos ellos muy contentos.
faarranz@ucm.es
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