Es innegable que en todo tiempo y por parte de todas las autoridades económicas del país no siempre se proporciona datos y estadísticas ajustados a la más estricta verdad. Los Institutos de Estadística de todos los gobiernos, sea por conveniencias del régimen o por no causar alarmas en la población, tratan de minimizar aquellas cifras que podrían implicar angustias, reacciones, reclamos y preocupaciones. Este es el caso, por ejemplo, de que cada fin de año casi nunca coinciden los datos sobre ingresos y egresos y surgen los déficits, que son contrarios totalmente a una sólida economía.
Para todos los regímenes se ha hecho fácil el expediente de recurrir a próximas gestiones, cargándoles los montos deficitarios que dan los balances del año; lo hacen con tal facilidad y hasta desparpajo, que es alarmante y ocurre que cada nuevo año es recipendiario de nuevas partidas de déficit, tal vez creyendo -ingenuamente o a propósito- que esas cantidades quedarán simplemente “en rojo” en las cuentas nacionales.
Lo cierto es que todo déficit, como toda deuda, es preciso honrarlo; es decir, pagarlo y no dejar que próximas gestiones carguen con pérdidas que no han sido ocasionadas en la gestión. Un elemental sentido de prudencia, sinceridad y honradez debería obligar a todo gobierno a no gastar más de lo debido, observando políticas de austeridad en los gastos. Es inaceptable creer que “habiendo dinero, hay que gastarlo; y, si no hay, cargar las diferencias a la cuenta déficits”, como para ver qué se hace en próxima gestión. Este modo de disfrazar los hechos y que resulta engañoso para el propio gobierno, no es sana política económica; es imprudente y contrario al simple razonamiento de prudencia, cordura, mesura y hasta responsabilidad.
Las arcas del Estado son como el peculio de una familia: se debe y puede gastar solamente lo que se gana o percibe; gastar “sin medida ni clemencia” (como señala el dicho popular) no es aconsejable, porque todo gasto debe ajustarse a un presupuesto y éste, por previsión y prudencia, debe ser respetado inclusive con miras a conseguir excedentes que permitan hacer frente a otras obligaciones con el monto ahorrado. Esta es previsión de familia, y debe ser mayormente previsión gubernamental para cumplir con un presupuesto que seguramente ha sido debidamente estudiado y sujeto a reglas de cumplimiento.
En los últimos años, se ha hecho común que cada gestión muestre déficits que, lógicamente, son cargados a nueva gestión; esto demuestra que no se ha tenido la precaución de “ajustarse los cinturones”, con miras a evitarle al mismo gobierno problemas que tiene que honrarlos, como debe ser el pago de las diferencias que se hacen deudas públicas que elevan perjudicialmente todo lo adeudado por el país. Y, aunque no se crea, la austeridad es virtud que engrandece todo accionar de cualquier gobierno.
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