La espada en la palabra
Esta es la primera vez en que me atrevo a opinar sobre el aborto. Jamás hasta ahora vertí un juicio sobre el asunto porque su tremenda complejidad me coartaba de emitir una opinión que fuese concorde con la razón y la práctica.
Para el que piensa con prudencia un asunto como éste, entran en juego varios factores como la fe, la doctrina, la ilustración, la idea que uno tiene de la vida, la psicología y, en general, una serie de elementos que sería insulso enlistar aquí. Para el que no tiene en cuenta esos factores, la respuesta ya está en la punta de su lengua después de unos minutos.
El debate se presenta porfiado de parte de quienes defienden la vida y de quienes defienden el derecho que tiene una mujer de impedir el proceso gestacional del ser que lleva dentro.
Del abrazo fecundante de la simiente masculina con la célula del cuerpo femenino nace el ser humano, como culminación del perfeccionamiento de las especies y como síntesis de lo que la raza, en su lucha y armonía con la naturaleza, logró para sí misma.
Hace unos días varias decenas de personas se han reunido en las calles de Buenos Aires para gritar la palabra aborto como si fuese un hito de la civilización de la sociedad global. Pero la mayoría de esas personas no tiene nociones de lo que son la medicina, el Derecho y la antropología. Ni tienen por qué tenerlas, por lo que hacerles un reproche sería injustificado.
La biología ha hecho al varón y la mujer distintos, eso será así hasta que este mundo deje de ser mundo, lo cual no supone que varones y mujeres deban tener distintas oportunidades de realización y superación personales. Circunstancia lamentable para unos y maravilla de la naturaleza para otros, lo cierto es que hombres y mujeres no son iguales desde el punto de vista de sus funciones biológicas. Digo esto por la pregunta siguiente: ¿tiene derecho una mujer a hacer lo que guste de su vida? Sí tiene, pero no con lo referido a una ajena.
Debo decir que, aun a pesar de mis reflexiones, no me atrevo a dar una respuesta categórica al asunto en general. Lo que sí deploro con vehemencia es el razonamiento necio que dice que el quitar la vida a un feto es igual que quitar la vida a cualquier organismo vivo, sin tener en cuenta que lo que está muriendo es un ser humano (¡pero para el tecnicismo de la ciencia fría y la medicina atea no lo es todavía!). El razonamiento de que un embrión o un feto son un conjunto de células que bien podrían ser de un ser vivo cualquiera, niega la naturaleza mística del ser humano, que es la de la posesión de un alma.
Hago una analogía con la o pena de muerte (con la que este escritor está abiertamente en contra). Ambas cosas, pena de muerte y aborto irrestricto, niegan la naturaleza superior que poseen los seres humanos sobre todos los seres vivos de la tierra.
La respuesta al dilema no está en ningún tratado. La dio Dante hace varios siglos, aunque estoy seguro de que habrá todavía legiones de personas que no comprenderán la sabiduría que encierran los versos del genial poeta-filósofo italiano: Y obra de suerte que mover se siente/ como pulpo marino, y organiza/ la potencia que lleva en su simiente./ Se contrae, se dilata, y finaliza/ del corazón la fuerza generante,/ por la virtud que el cuerpo fecundiza./ Mas, como el animal se hace pensante,/ aun no lo puedes ver, porque es un punto/ que a los más sabios deja vacilante./ Pues según su doctrina, no hay conjunto,/ entre el alma y armónico intelecto,/ por no ver a la mente órgano adjunto./ Abre tu mente al de verdad concepto,/ y sabe que en el feto, aunque latente,/ del cerebro el poder es ya perfecto.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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