El 4 de junio de 1830 el Mariscal Antonio José de Sucre cayó asesinado en la encrucijada de Berruecos, Colombia. Fue víctima de la ingratitud y la injusticia.
Sucre, de origen Belga como refiere su profesor George Rouma, a los 15 años se enroló en los ejércitos libertadores al ver destruido su hogar por el sanguinario español Tomás Boves, quien ordenó asaltar casas particulares de Cumaná, entre ellas de la familia Sucre. Sus hermanos José María y Jerónimo logran fugar y salvar sus vidas. Su hermana Magdalena se lanzó desde su balcón y murió. María José se ahogó al intentar huir en una barca. Su hermano Vicente fue degollado en su cama de enfermo. Francisco y Pedro cayeron prisioneros y fueron fusilados.
Antonio José se templó con estas vicisitudes de la vida.
Con Simón Bolívar consiguieron la independencia de Venezuela y Colombia, después de las batallas de Chimborazo y Pichincha en Ecuador, en los Campos de Junín en Perú y en los campos de Condorcunca de Ayacucho se cubrió de gloria al Libertador, lanzando aquel día su inmortal proclama: “De los esfuerzos de hoy depende la suerte de América”.
Sucre ingresó al Alto Perú por Desaguadero y ahí mismo decretó la independencia, que sería ratificada el 6 de agosto de 1825. Al darse cuenta de la enorme extensión territorial del Alto Perú, visitó la fabulosa Villa Imperial de Potosí, la Universidad de Chuquisaca, las provincias de La Paz y Cochabamba, apreció las riquezas de Oruro, divisó la lontananza de Santa Cruz, Tarija y Apolobamaba y juzgándolo insuficiente con el árido Litoral de Cobija, aspiró completarlo con los territorios peruanos de Tarapacá, Tacna y Arica. Pretendía hacer del Alto Perú una Patria Grande, convenciendo a Bolívar de que este territorio libre de España, debía serlo también de Lima y de Buenos Aires.
Sucre con su pluma de político dictó leyes, creó la intendencia y comisaria de policía, colegios y liceos, organizó el poder judicial, instaló la asamblea constituyente que sancionó la Primera Constitución de Bolivia.
Por ambiciones personales conspirativas, al dejar la presidencia al consejo de Ministros presidido por el Gral. José Miguel de Velasco, Ministro de Guerra, salió de Chuquisaca dejando un imperecedero mensaje: “… he señalado mi gobierno por la clemencia, la tolerancia y la bondad, acaso se me culpa de que esta condescendencia sea el origen de mis heridas, pero estoy contento de ellas si mis sucesores acostumbran al pueblo boliviano a conducirse por las leyes… En el retiro de mi vida veré mis cicatrices y nuca me arrepentiré de llevarlas, cuando me recuerden que para formar Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser el tirano o el verdugo que lleva siempre una espada pendiente sobre la cabeza de los ciudadanos. El que ha gobernado soy yo. La Constitución me hace irresponsable, pero yo suplico al congreso que en premio de mis servicios, grandes o pequeños, se me despoje de esa prerrogativa y si me llame la barra a responder de cualquiera infracción de la ley, que se encuentre durante mi administración. Aun pediré otro premio a la Nación: el de no destruir la obra de mi creación; de conservar por entre todos los peligros de la independencia de Bolivia…”.
Este mensaje predispuso al Congreso para que otro grande, el Mariscal Andrés de Santa Cruz, lo sucediera el mando de la Nación.
Fuente: Publicaciones Históricas de Bolivia, Selecciones.
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