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[Hernán Zeballos]

¿Cómo somos?


Es el título del más reciente trabajo presentado como libro editado por Plural, mayo 2018, de Henry Oporto Castro.

El autor sociólogo graduado de la UMSA y actual coordinador de la Fundación Milenio, con una vasta producción intelectual, nos ofrece este ensayo que es realmente un aporte valioso para entender mejor el comportamiento de la sociedad boliviana en sus organizaciones sociales, políticas y económicas. El texto sin duda merece ser un referente para entender por qué nuestro país tiene un grado bajo y lento desarrollo que nos coloca en los últimos puestos del desarrollo, cuando menos en el ámbito latinoamericano.

El ejemplo más reciente de nuestro comportamiento errático, fluctuante, de política económica que tiene un trasfondo que se explica por ¿cómo somos? es el caso del gas, que recoge la experiencia de los trabajos de los especialistas en esta materia, Carlos Miranda, Hugo del Granado, Jaime Villalobos y otros.

Se dio un periodo de bonanza en nuestra economía atribuible a “precios de petróleo muy altos (los precios del gas se encuentran vinculados al comportamiento de éstos), un contrato de exportación de gas en su máxima plenitud, y fuertes inversiones que incrementaron las reservas de hidrocarburos y ampliaron la capacidad productiva del país. Con estos factores a favor, el crecimiento de nuestro economía dio un salto de US$ 8.385 millones el 2000 en el PIB a US$ 30.500 millones el 2013, ubicando al país en un plazo muy corto a ser un país de ingresos medios en el concierto internacional. Nuestra empresa principal, YPFB, de una situación deficitaria e insolvente pasó a ser una empresa próspera. Todo lo anterior en gran medida se obtuvo gracias al proceso de capitalización que transformó la realidad económica del país.

PERO, aquí se inicia lo que Oporto denomina el “péndulo histórico”, que rechaza todo el proceso de capitalización y desemboca en la guerra del gas que, finalmente, se traduce en la llegada de Evo Morales al poder, lo cual conduce al desmantelamiento de los fundamentos políticos, sociales, y jurídicos de la reforma hidrocarburífera de los años noventa.

Este hecho histórico le permite a Henry explorar “el peso de algunos rasgos culturales, creencias, costumbres y tradiciones en los conflictos sociales bolivianos, típicamente conflictos entre tradición y modernidad, y también en su disfuncionalidad con las necesidades del país y sus retos del desarrollo del Siglo XXI”.

En el capítulo “aversión a la competencia”, el autor encara algunas variables específicas del comportamiento boliviano que claramente explican las causas del bajo desarrollo nacional, las cuales merecen una adecuada atención si queremos influir positivamente en el desarrollo futuro del país.

Uno de esos factores es la no aceptación de la evaluación. Esta variable se analiza comparando la renuencia del país a partir de las evaluaciones internacionales de nuestro sistema educativo, como el sistema PISA, en la cual participaron 79 países en el año 2015. Tampoco funcionan los sistemas de evaluación interna, como el SIMECAL. Estos sistemas no han podido crear indicadores validados para ser aplicados en pruebas de aprendizaje y en evaluaciones de gestión educativa. La falta de transparencia en la gestión institucional es un mal generalizado y ocurre también en las universidades públicas que, escudadas en la autonomía, escapan al escrutinio público. Un ejemplo, La Paz está viviendo en las últimas semanas el pedido de la UPEA para disponer de más recursos públicos, pero se niega a aceptar cualquier evaluación sobre su desempeño.

Otro factor destacado es el rechazo a la meritocracia. Entre los ejemplos que el autor cita se encuentra la elección de los magistrados del sistema judicial boliviano. Un sistema totalmente amañado, para escoger jueces que simplemente obedezcan al Poder Ejecutivo.

Para concluir este breve comentario, el texto merece ser leído para reconocer las falencias que caracterizan a nuestra sociedad y que deberían corregirse a futuro si queremos avanzar a niveles superiores, para situarnos en una jerarquía de mayor nivel, cuando menos en el ámbito latinoamericano.

 
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