Aunque la separación de hijos y padres se alivió la semana pasada, crece la crítica en EEUU y el mundo a la práctica de la Casa Blanca de arrebatar niños, algunos de pecho, de sus padres migrantes en la frontera con México para llevarlos a sitios desconocidos. Se encarcela o exilia a buen número de padres y madres. Ahora el reto es volver a unir padres e hijos que no ha de ser fácil porque los niños están esparcidos por todo el país. Se trata de una cruel práctica de mentes enajenadas de racismo. Se lo vio en la trágica manifestación del año pasado, de blancos racistas y antisemitas, en Charlottesville, Virginia. Éstos odian la verdad etnográfica de EEUU de una disminución de gente blanca y un aumento en los no blancos, lo que enardece a los blancos del gobierno, empezando por el Presidente, motor de esta debacle. Claro que la historia de EEUU tiene antecedentes vergonzosos. Y no me refiero a los esclavistas derrotados en la guerra civil del Siglo XIX, ni a los campos de concentración en los que se encarceló a estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1879 el militar Richard H. Pratt abrió la Carlisle Indian School en Pensilvania. Un internado financiado por el gobierno para “educar” sí o sí a los jóvenes indios. Según la investigadora Becky Little del NYT, el propósito era “matar al indio y salvar al joven”. Fue modelo de más de 150 escuelas del país. Si la ley Dawes, 1887, delimitaba los territorios de los indios, la Ordenanza Haircut mandaba no dar alimento ni atención a los jóvenes de pelo largo… que mayormente eran indios. El sistema Carlisle obligaba al indio a parecerse al anglosajón (que le había quitado sus tierras), también a hablar y usar nombres en inglés y a dejar sus costumbres religiosas y culturales. Al ser internados, desvinculaban a los chicos de sus familiares y tribu lo que presentaba problemas cuando los muchachos volvían a sus casas. En ellas insistían en dejar atrás lo indígena porque “ya no servía”, a favor de costumbres de los blancos anglosajones que dizque “eran el futuro”. Esa educación buscaba eliminar al máximo los vínculos nativos. La confusión reinaba. Los internados eran semilleros de tuberculosis, influenza y otras enfermedades infecciosas que mataban educandos a granel. En el cementerio de Carlisle había un sector donde solo se enterraba estudiantes. Entre 1879 y cuando se cerraron estos internados en 1918, cerca de 200 estudiantes fueron enterrados en el cementerio.
Pero hay secuelas. El National Indian Child Welfare Association de EEUU registra que del 25% al 30% de niños indígenas todavía eran retirados de sus familias cuando en 1978 el Congreso aprueba la Ley del Bienestar Infantil Indígena. De esos niños, el 85% fueron alejados de sus comunidades completamente aptas para acogerlos. Hoy esa Ley permite a las tribus escoger la educación que deban recibir sus hijos y dónde. Pero hay otro problema, el Departamento de Salud y Recursos Humanos del gobierno federal registra que en 2016 la educación de los niños negros e indios absorbió demasiado presupuesto de bienestar social. La ley de Idiomas Nativos de 1990 protege el derecho del niño nativo a estudiar su idioma e historia en las escuelas de la Oficina de Educación Indígena, pero el trauma del sistema Carlisle por desgracias perdura ya que en 2014, por ejemplo, solo el 64% de niños nativos se graduó de secundaria, el número más bajo de los graduados en general.
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