Griezmann era el llamado a ser la estrella, pero el jugador del PSG emergió ante Argentina.
Directo al Olimpo, por la vía rápida, a 37 por hora, veloz como sus cabalgadas por el césped, cuchillos afilados que se colaron entre la defensa argentina, mantequilla para sus zarpazos, así entró Kylan Mbappé en la leyenda del fútbol francés, con 19 años, la precocidad de los mitos.
Fue tal la intensidad de su golpe, tan loada su actuación, que el país entero se pregunta si ahora el equipo no debería pivotar sobre su figura, que apunta a igualar a los mejores registros de todos los tiempos.
Francia, que llegó a Rusia para hacer brillar a Antoine Griezmann, con un seleccionador, Didier Deschamps, que dispuso todo a la mayor gloria del atacante del Atlético de Madrid, se rinde ahora a un jugador tan joven como descarado, tan astuto como maduro. “Yo le llamo ya ‘monsieur 37’, porque me dijeron que corrió a esa velocidad en la jugada que le hacen penalti”, señaló, divertido, Florian Thauvin, que como el resto de sus compañeros no paró de alabar la calidad de su compañero.
Mbappé no ha esperado para pedir paso. En una selección donde Griezmann parece dosificar sus esfuerzos, el parisiense se entrega sin cálculos y arrastra como un tsunami todo cuanto está a su paso.
Ya sean los rivales, como ayer a Argentina, como a sus compañeros, que no tienen más remedio que asentir ante su talento.
“No sé si me quita presión, pero si los focos se dirigen hacia él es porque el equipo gana y yo estaré contento. Ahora, que nadie se espere a que lo haga cada día. Contra Uruguay no creo que tenga tantos espacios”, advirtió Griezmann.
El jugador del Atlético de Madrid se quedó impresionado por sus carreras, pero también por su porte, la serenidad que, relató, tenía en el vestuario antes de afrontar en octavos de final a una doble campeona del mundo, la tranquilidad que desprendía en el túnel que llevaba al césped de la capital tártara, indigna de un jugador de 19 años.
Frente al monarca del fútbol, el argentino Leo Messi, tuvo el descaro de conducir a Francia a un triunfo memorable, directo a los cuartos de final del Mundial de Rusia, estandarte de una nación que, hasta entonces, había dormitado y hecho dormir y que se despertó cuando más falta hacía espoleada por sus carreras.
La potencia de su zancada, la elegancia de su carrera, la astucia de su colocación emergieron dando carta de naturaleza a las promesas que se venían apuntando. Los 37 kilómetros por hora que según los radares alcanzó en el contragolpe que acabó en el penalti fueron la mejor expresión de su fortaleza.
EFE
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