Bolivia y su distanciamiento con el libro

Los sabios de la antigüedad, los que han edificado en siglos el conocimiento del que hoy la ciencia, las artes y la tecnología han recogido sus grandes descubrimientos, han sido estudiosos que no han recurrido a textos anteriores, simplemente porque fueron los pioneros en la investigación y proposición de teorías que todavía sustentan grandes inventos miles de años después.

Pero, salvo contados genios, la humanidad ha perdido la costumbre de ver a auténticos genios como Da Vinci, Newton, o retrocediendo en el tiempo, Platón, Galilei, Euclides, en fin; los siglos que antecedieron a la era cristiana fueron de intensa averiguación humanística y científica principalmente, edificando también los cimientos sempiternos de las artes más exquisitas de demiurgos como Miguel Ángel, Góngora, Mozart, y tantos otros. Aquellos genios, tratándose de los más primitivos, no tuvieron la posibilidad de sustentar su contribución, en ningún libro, como la tienen los grandes científicos, artistas y doctos contemporáneos, quienes alrededor del mundo y sin menoscabar su inteligencia, son epígonos de aquellos.

¿Pero qué pasa en Bolivia? Existe simplemente una enemistad de facto entre la juventud principal, aunque no exclusivamente, y el libro. Los estudios sociológicos han demostrado, corroborado por los profesionales de la educación, que en el hábito de la lectura, juega rol importante el nivel económico de las familias, pero no es ley ineluctable que eso tenga que ocurrir inexorablemente. En la actualidad incluso los adultos tienen una cultura muy ajena a los caminos que conducen a los placeres de la lectura, pues vienen de una infancia de adicción a la televisión, a una adolescencia adicta a la computadora y llegando a la juventud sin mediación de materiales impresos y mucho menos materiales seleccionados que les impide percibir la profundidad de la realidad y su propia creatividad.

En Bolivia, aún no hay una comprensión de que el mundo de imágenes, como la televisión o el internet plantean ideas muy elementales y con frecuencia erradas, en contraposición a la lectura, que es una práctica activa y dinámica, porque implica poner en juego la atención, capacidad y concentración, facilitando el desarrollo de las facultades intelectuales, emocionales y de la imaginación, sin dejar de lado la agudización de la sensibilidad porque, como las habilidades y las destrezas, la sensibilidad también se afina y educa.

El libro es la contraseña para llegar a ser lo que somos, de modo tal que desde mi punto de vista nada justifica que entre los jóvenes y la lectura haya incompatibilidad, tanta como la hay entre el agua con el fuego, justificada por lo prohibitivo de sus costos, porque el texto que nos convertirá a una fe, nos adherirá a una ideología o dará a nuestra existencia una finalidad o un criterio podría esperarnos en una biblioteca, en la sección de libros de ocasión, de libros deteriorados o saldos, en fin. Borges acerca de ellos hizo su propia mitología: “Un libro auténtico nunca es impaciente. Puede aguardar siglos para despertar un eco vivificador. Puede estar en venta a mitad de precio en una estación de ferrocarril, como estaba el primer Celán que descubrí por azar y abrí. Desde aquel momento fortuito, mi vida se vio transformada y he tratado de aprender una lengua al norte del futuro”.

El libro, en consecuencia, es una de las creaciones más relevantes del ser humano, es el principal medio de transmisión de la cultura, de los saberes y de los conocimientos infinitos; encima, muy por encima de cualquier soporte tecnológico siempre más oneroso y nunca absolutamente confiable. En Bolivia, las librerías, editoras y bibliotecas alojan libros encostrados.

El autor es jurista y escritor.