Curioseando en mi biblioteca los viejos libros que, con el uso del internet, se alejan cada vez más de nuestras manos, me encontré con una “joyita”, cuya lectura me produjo la satisfacción de encontrar un texto que es muy valioso para interpretar, porque unos países son más ricos que otros, el cual propone una fórmula sencilla para cambiar rápidamente esta realidad de la cual somos partes. El texto tiene como título: “El misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo”. Edición, impresa editora El Comercio, noviembre 2000. Autor: Hernando de Soto, de nacionalidad peruana, con amplia experiencia, presidente del Instituto Libertad y Democracia, con trabajos en Asia, Medio Oriente y América en proyectos para capitalizar a los pobres y las clases medias.
Con la brevedad que exige esta columna, rescataré para los lectores que me siguen, las ideas principales de este libro.
El punto de partida para de Soto es señalar que “la gran valla que impide al resto del mundo beneficiarse del capitalismo es la incapacidad de producir capital, ya que el capital es la fuerza que eleva la productividad del trabajo y crea la riqueza de las naciones”. Esto es, en los países pobres o de bajos ingresos como el nuestro, los migrantes del campo a las ciudades en cantidades cada vez más crecientes crean riqueza, pero esa riqueza no se convierte en capital y el capital sería como el agua de un lago, cuya fuerza es liberada dejándola correr aguas abajo para generar energía, la cual a su vez mueve maquinaria y otros artefactos que permiten hacer crecer la economía y crean condiciones para una mejor calidad de vida.
De esta manera, con amplias investigaciones de campo en países, de Soto encuentra que, con datos a 1997, en Filipinas el “capital muerto era de US$ 132.000 millones, poseído por el 65% de la población, equivalente a 7 veces los ahorros y depósitos totales en bancos comerciales. En el caso del Perú, el capital muerto era equivalente a US$ 74.200 millones, poseído por el 65% de la población, equivalente a 14 veces el valor de la inversión extranjera directa en el Perú hasta 1995. En Egipto con una población de 63 millones, el capital muerto era US$ 241.400 millones, equivalente a 116 veces el valor de las 63 empresas públicas privatizadas entre 1992 y 1996”. Se da también las cifras para Haití.
La estimación que hace el autor, tomando las cifras anteriores para los países estudiados, es simplemente increíble: “el valor de los inmuebles en posesión, mas no en propiedad legal de los pobres de los países del Tercer mundo y de los que salen del comunismo, suma no menos de US$ 9.3 millones de millones.
La clave de los países pobres para salir de ella se encuentra en la fórmula para movilizar esos miles de millones para hacer que esos activos sean transformados en capital vivo.
¿Cuál es ella? Se requiere “transponer el objeto físico a un universo representacional de factura humana donde podamos liberar al recurso del cúmulo de sus determinaciones físicas y concentrarnos en su potencial”.
La fórmula sencilla es hacer lo que han hecho los países actualmente desarrollados, proceso que lo iniciaron hacen 200 años Inglaterra y los Estados Unidos de América, establecer un sistema de propiedad integrado , lo cual hace que “las casas de los occidentales ya no son un mero resguardo de la lluvia y del frío. Estos bienes físicos, “ahora pueden tener una vida paralela, haciendo cosas económicas que no hubieran podido hacer antes”. “La genialidad de occidente fue crear un sistema que permitiría a las personas captar con la mente valores que los ojos humanos nunca podrían ver y tocar cosas que las manos nunca podrían alcanzar”.
En nuestro país parece que estos conceptos han avanzado bastante, pero no lo suficiente, como para estar en la mente y en las acciones de miles de pobres que tienen activos pero que no los han convertido aún en esos valores representados por los papeles de registro de propiedad, que les permitirían insertarse en una vida económica más activa. Autoridades y ciudadanos deberíamos hacer el esfuerzo para acentuar esa conversión en pos de un mayor desarrollo y bienestar.
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