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[Marcelo Arduz]

La aurora de Copacabana en Tarija


“Cuando digan las edades venideras que don Francisco Pizarro quebró del mar las primeras ondas del sur, en demanda del descubrimiento de estas nuevas Indias de Occidente, digan también que fue en ella Pedro de Candía el primero que puso el pie en sus arenas” (Pedro Calderón de la Barca”).

En magistral conferencia que brindara en el Bicentenario de la Batalla de la Tablada, el Dr. Mario Barragán Vargas comentó que en sus indagaciones en el Repositorio de Grájeda, pudo determinar que la primera fundación de Tarija se produjo el 6 de septiembre de 1539, es decir en fecha anterior a la fundación de Charcas (1540), el descubrimiento del Cerro Rico de Potosí (1545) y las fundaciones de N.S. de La Paz (1548), Santa Cruz o Cochabamba (1561)…

Lo que muy poco se sabe, es que la vida del fundador Pedro de Candia es una de las más fascinantes de aquellos tiempos. A este gigantón y afamado artillero mayor, se lo recuerda como “El Griego” por haber nacido en la isla de Creta (que era griega antes de conseguir su independencia), y se dice fue el primero en descender en Tumbes (que por figurar en algunos mapas antiguos en Ecuador se convirtiera en la manzana de la discordia entre dos naciones vecinas).

Calderón de la Barca, uno de los paradigmas de la época de oro de la literatura española, en el drama sacro “La Aurora en Copacabana” (Madrid 1651), relata que al percatarse de la llegada de los intrusos extranjeros, en el momento que Candia bajaba de la nao portando una cruz en lo alto, los incas soltaron feroces “tigres” y “leones” (léase jaguares y pumas), que por intercesión de la Virgen en lugar de devorarlo se postraron mansamente a sus pies, lamiéndole las manos.

Tras pedir el “Rescate de Atahuallpa”, el ambicioso Pizarro le impartió orden de partir al mando de una patrulla hacia el Sur, en busca de los fabulosos tesoros que escuchara hablar a su paso por las Antillas, escondidos en un lago rodeado por altas montañas; pero al ingresar por la selva cusqueña fue a parar a la candente región de Moxos, donde se anoticiaron de la leyenda del monarca Enin o Paititi, que con el cuerpo cubierto de piedras preciosas mandaba en trono de oro; pero al perder el rumbo y contraer una extraña fiebre selvática, tuvo que desertar del empeño.

Seguidamente, impelido por el mismo afán de aventura, Candia se enroló en la expedición de Almagro a Chile, retornando a la antigua capital imperial Inca en momentos que una sublevación había cercado a los cristianos en el palacio real, e iban a perecer víctimas de un incendio de no aparecer en los cielos del Cusco la misma imagen divina, que Calderón cuenta consiguió extinguir el fuego con una leve llovizna. En el lugar que los cronistas cuentan que apareció por vez primera la Virgen en América, más tarde se edificó la Catedral del Cusco, que en paredes acrisola la cruz de Candia, como símbolo de la alborada de la fe que se iniciaba en el Nuevo Mundo.

Durante la expedición hacia Chile, este capitán había logrado establecer estrecha amistad con los almagristas, con quienes decidió volver al Sur en procura de los tesoros de los “Chunchos” (selváticos), iniciada la afiebrada búsqueda de “El Dorado”. Siguiendo la ruta de Almagro hasta Paria, desvió hacia Taxara, para proseguir por el camino precolombino que entonces era la única vía de acceso al valle central de Tarixa en pocas horas; considerando el Dr. Barragán que en las inmediaciones de Padcaya se habría efectuado la fundación antes mencionada.

Allí suspendió su avance, pues los pizarristas que le seguían, desde Charcas le transmitieron la orden de retornar al Perú a la cabeza de la artillería para combatir contra Almagro, pero Candia en la batalla de “Las Salinas”, en afán de salvarle la vida, impartió órdenes de disparar los cañones al aire, lo cual no impidió que “El Viejo” fuera hecho prisionero y ejecutado; y en la siguiente batalla él mismo, “por haber falseado” la artillería; concluyendo así sus días uno de los más interesantes protagonistas en esta historia.

 
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