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[Mario Alfonso Ibañez]

Memorable Revolución de Julio


Los antecedentes de la memorable Revolución del 16 de Julio de 1809 revelan no solamente el proceso libertario que se forjó en cientos de años de despotismo y oprobio por parte del colonialismo español en esta parte del continente, sino también el valor del pueblo paceño para sacudir la armazón de este sistema y motivar su caída.

El alzamiento de Julio fue resultado de una estrategia de pensamiento y acción expandidos en todo un continente cansado del saqueo de nuestras riquezas y explotación colonial. Y tenía que ser La Paz el punto neurálgico donde la mecha sería encendida.

El liderazgo de la prolongada lucha independista que le tocó asumir al pueblo paceño ya estuvo presente en el sacrificio de varios caudillos aimaras y el mestizo Antonio Gallardo, cuando el 1 de diciembre de 1661 logró apoderarse temporalmente de la ciudad, destituyendo al corregidor Cristóbal Canedo. La Revolución de julio estuvo en el valor de Vicenta Juariste Eguino y Simona Josefa Manzaneda, que ya participaron en otro alzamiento el 30 de marzo del mismo año, rebelión que fue sofocada por el Gobernador Tadeo Dávila.

Que las ideas de la Revolución de Chuquisaca, otro hecho colmado de gloria, hayan tenido directa e impactante influencia en la Revolución de Julio, nadie lo niega, porque fue Mariano Michel, el más radical de la célula revolucionaria de Chuquisaca, quien tomó contacto con José Antonio Medina, párroco de Sica Sica, como lo hiciera Bernardo Monteagudo y de esta manera se insuflara contenido a la Revolución de Julio.

Su dimensión continental está en el hecho de que el mismo Pedro Domingo Murillo había egresado de la Academia Carolina, de donde resultó siendo panfletista de grueso calibre, cuyo contenido lo dio a conocer en los claustros de la Universidad San Antonio Abad del Cusco-Perú. De ahí que la Revolución de Julio fue un operativo histórico largamente meditado y confiado a un pueblo valeroso.

Los revolucionarios recibieron su bautismo de lucha libertaria en la noche y la madrugada del 15 de julio de 1809 en la casa de Murillo, ubicada en la actual calle Jaén de la ciudad de La Paz. Entre los conspiradores estaban, además de Murillo, Buenaventura Bueno, Gregorio y Victoriano García Lanza, Pedro Indaburu, Mariano Graneros, Apolinar Jaén, Juan Bautista Sagárnaga, Melchor León de la Barra, el presbítero Antonio Medina, Basilio Catacora, Melchor Jiménez, Sebastián Figueroa y Juan de la Cruz Monje.

En la tarde del 16 de julio, cuando se realizaba la procesión de la Virgen del Carmen, los insurrectos aprovecharon la existencia de pocos efectivos en el fuerte español, rindieron a los centinelas y tomaron las armas allí existentes y se enfrentaron a las fuerzas realistas hasta vencerlas. Después de este breve combate, los revolucionarios avanzaron hasta la plaza de armas y tras un duro enfrentamiento con guardias realistas, depusieron de inmediato al Gobernador Tadeo Dávila y el Obispo Remigio de la Santa y Ortega.

Los hechos fueron sucediéndose hasta reunir al pueblo en la plaza de armas y lograr apoyo para los revolucionarios mediante un Cabildo Abierto, el cual pedía la supresión de alcabalas y estancos, la destitución de otras autoridades administrativas y militares que habían cometido abusos y arbitrariedades contra naturales y mestizos, así como enviar emisarios a los demás pueblos del virreinato para imitar los hechos de La Paz y terminar el largo calvario de opresión y despotismo impuesto por la corona.

Se organizó comisiones para convocar a los españoles de buena fe y a los criollos, a fin de unirse en torno a esta causa que no pretendía destruirlos ni causarles daño, sino por el contrario, establecer un equilibrio entre los derechos de unos y los derechos de los otros, bajo el signo de Patria y Religión.

El 29 de julio de 1809 se formó la junta Tuitiva a la cabeza de Pedro Domingo Murillo como Presidente y Comandante de Armas, seguido de Pedro Indaburu y otros patriotas; se incorporó a tres indígenas notables como vocales, dando a conocer la memorable “Proclama de la Junta Tuitiva de la Revolución de Julio”.

Anoticiado de este acontecimiento que comenzaba a difundirse en otros pueblos, el virrey del Perú, Fernando de Abascal, desde la ciudad de Lima ordenó al Presidente de la audiencia del Cusco, Manuel de Goyeneche, trasladarse a La Paz con 5.000 efectivos para aplastar esta revolución… Los insurgentes al saber que Goyeneche venía con instrucciones severas para acabar con ellos, fueron a las alturas de Chacaltaya, a órdenes de Gabriel Antonio Castro.

Una vez instaladas las fuerzas realistas en el centro de operaciones, éstas entablaron duros combates dentro y fuera de la ciudad. Finalmente, el 25 de octubre se libró la más fiera de las batallas en las alturas de Chacaltaya, donde los españoles, gracias a su elevado número y mejor armamento, derrotaron a los patriotas, quienes huyeron en diferentes direcciones, retirándose los más a la zona de los Yungas. Goyeneche ordenó que no haya ni piedad ni perdón para los revolucionarios y sin importar la vida de inocentes habitantes tomó la ciudad y el ingreso a los caminos. Ordenó ajusticiar a los principales cabecillas, cortarles la cabeza y exhibirlos en las horcas a la salida y entrada de la ciudad.

Los condenados en principio, según la historia, fueron 89, entre los que se encontraba Pedro Domingo Murillo, el cual fue capturado en la localidad de Zongo, para ser posteriormente ahorcado públicamente en la plaza de armas de la ciudad de La Paz. Murillo a tiempo de subir al cadalso, con voz firme y vibrante, rompió ese dramático silencio y exclamó: “Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar. ¡Viva la libertad!

 
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