II
“Gesta Bárbara sigue siendo, como fue en su origen, la trinchera de combate. Con la pluma como arma también se puede ser un luchador. Rebeldes, iconoclastas y subversivos” (Demetrio Reynolds - noviembre 2017).
Un gran número de ellos fue de cochabambinos simpatizantes o miembros activos de la “Revolución Nacional”, aunque aquellos ideológicamente incompatibles fueron respetados a rajatabla. “Todos éramos absolutamente libres, tanto que si bien algunos teníamos nuestras inclinaciones izquierdistas, había otros con inclinaciones opuestas, pero todos éramos respetados, éramos igual queridos”, apunta Armando Soriano Badani. (Ivonne Juárez Zeballos, noviembre 2014).
“Lo de Gesta fue realmente un movimiento literario importante y además nos divertíamos mucho, éramos unos poetas hualaychos. El jefe, Gustavo Medinaceli, descubrió en su casa revistas de Gesta Bárbara de 1918, la primera generación, donde había poemas y eso lo llevó a fundar nuestra Gesta Bárbara que nació en La Paz en 1944” (Julio de la Vega - Liliana Castillo, noviembre de 2005, LR) “Era un ritmo artístico aburrido. Por eso nos propusimos hacer temblar aquel medio pacato”, relató Valentín Abecia (Javier Badani - 2004).
Entre tanta anécdota y cuento supe que se reunían en un café que ya no existe en “El Prado” de La Paz, el “Domec” y que desde sus mesas colindantes con la acera de la calle, estos bárbaros encorbatados, como para ir a un festejo, galanteaban a las jóvenes damas que transitaban por el lugar. “Serás mía o de nadie. Mi amor es como un barco que ancla en cada puerto”, susurraba Abecia. ¿Qué sabes tú mujer... qué sabes del amor a manos llenas?, murmuraba De la Vega. Luego del Domec salían en tropel a la calle Aspiazu esquina Ecuador, donde cuentan que se servía el mejor singani de Cinti de la ciudad, “El Singapur”.
Que un buen día se hizo pública la noticia de que Julio de la Vega se había suicidado y que sus restos eran velados en la academia de Bellas Artes. Las muestras de condolencias expresadas por las numerosas ofrendas fúnebres atiborraron la sala, repleta de gente. De pronto, De la Vega se alzó del ataúd, y se puso a leer un largo y lagrimoso poema en honor a una novia que acababa de desdeñarlo. La dama, presente, sufrió un colapso nervioso de magnitud y el velorio terminó en el hospital.
Que una tarde surgió el chisme de que Jacobo Liberman se había comprometido con la hija de un coronel. Cuando el padre de la novia se enteró exclamó: “¿Este judío se va a casar con mi hija? Antes yo lo mato a balazos, carajo”. El ultimátum provocó que los poetas “bárbaros” se pertrecharan con piedras y palos como en una movilización de cocaleros y se dirigieran a la casa del militar, dispuestos a romperle los vidrios de las ventanas, vociferando: ¡Viva Liberman! ¡Muera el coronel!
Que Gustavo Medinaceli Gutiérrez, el más “bárbaro” de todos, irrumpía en los recitales desde cualquier parte del auditorio, menos desde el proscenio y que para continuar la obra en curso empezaba con otro texto que nada tenía que ver con el anterior”, Armando Soriano Badani (Librería Boliviana - enero 2017).
Que en otra ocasión el mismo Medinaceli se pegó un disparo en una de las manos para que su madre lo hospitalizara en una clínica que estaba cerca de la casa de su enamorada, así con su cabestrillo, poder salir todas las mañanas a verla. Atesoro su libro “Cuando su voz me dolía”, publicado en 1957 antes de su trágica muerte el 6 de mayo. Se quitó la vida a los 34 años.
Conservo los ejemplares subrayados por Armando Soriano de su “Antología del cuento boliviano”, género en el que es verdadero maestro y que tenía que leer por las tardes, después de las 4, en la sala de espera de sus oficinas, en la calle Loayza, “Estudio Jurídico Soriano” (porque el horario no me permitía asistir a sus clases magistrales en la UMSA y aún no se había publicado) y quien ante la primera pregunta replicara festivamente: “Hijito, tienes que leer a Nicolás Fernandez Naranjo y sus géneros literarios”.
Don Armando ha publicado en honor al amor de sus amores, su esposa fallecida, su libro Número 31, un sobrecogedor volumen que a pesar de que el autor cumpliera 94 años, cala hondo en el alma de sus lectores. De él escribiera Liberman “Soriano, por favor, y no digo nada original, no está para otoños, él es un poeta condenado a escribir un siglo de poesía y su lugar en la lírica boliviana se encumbra a la altura de esta tierra”. (Ivonne Juárez Zeballos - noviembre 2014 - PS).
Y a pesar de las publicaciones de prensa que aseguran que Armando Soriano Badani es el último sobreviviente, “El último caballero, “El ultimo vate”, “El ultimo corsario de Gesta Bárbara” (Ignacio Vera Rada - abril de 2017, EL DIARIO) (Ivonne Juárez Zeballos - Libería Boliviana, enero 2017) (Gabriela Orozco Ruiz - junio 2018 - PS) vive también el poeta Antonio Terán Cabero. Ambos símbolos vivientes de una portentosa era llena de notables y prominentes ciudadanos y ciudadanas. Soriano y Terán, los últimos hidalgos, la sal y la pimienta, la dama y el vagabundo. Patriarcas vivos de esta Bolivia tan ingrata.
Genios absolutos, gente entrañable de extraordinario peso intelectual. Sin duda la reserva moral de la nación. Ningunos tri-sílabos contemporáneos.
Nadie sabe cuándo nacen los poetas de esta magnitud. Sólo sabemos que cada cien años, un día de esos, la vida nos da la gracia de encontrarlos, de sentirlos, de apreciarlos. Ambos son un milagro viviente, leerlos es una obligación ineludible. No hay otro camino para rozar, o al menos escudriñar el centro vivo de su misterio. Bolivia está en deuda con ellos.
El autor es médico, estudioso en temas históricos y diplomáticos.
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