Mario Vargas Llosa (Arequipa 1936) ha publicado hace poco La llamada de la tribu (Alfaguara 2018), que nos permite vislumbrar su autobiografía intelectual a través de autores que le ayudaron a desarrollar una tradición de pensamiento que no era habitual en el Perú, comentando a Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Este autor se impregnó de marxismo y existencialismo en la universidad y fue un entusiasta partidario de la Revolución Cubana. A finales de los sesenta Vargas Llosa se fue apartando del marxismo por varias experiencias: la creación de Unidades Militares de Ayuda a la Producción en Cuba (encubría los campos de concentración) y su viaje a la Unión Soviética en 1968, donde notó que si hubiera sido ruso, habría sido en ese país un disidente. Habían desaparecido las diferencias de clase en función del dinero, sin embargo las desigualdades eran enormes y existían en función del poder. Cuando volvió a leer a Albert Camus le dio la razón sobre la polémica de los campos de concentración y comprendió que cuando la moral se alejaba de la política comenzaban los asesinatos y el terror.
La ruptura definitiva de Vargas Llosa con el socialismo fue cuando protestó junto a otros escritores contra el atropello y encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, quien había sido viceministro de Comercio Exterior y activo participante en la Revolución Cubana. Entonces Fidel Castro respondió en persona acusándolos de servir al imperialismo y afirmando que no volverían a pisar Cuba. A Vargas Llosa le tomó años revalorizar la democracia y comprender que las “libertades formales” de la democracia burguesa son la frontera entre los derechos humanos, la libertad de expresión, la diversidad política, y un sistema autoritario y represivo, donde, en nombre de la verdad única, se podía silenciar toda forma de crítica, imponer consignas dogmáticas y sepultar a los disidentes. Por lo menos la democracia, aunque imperfecta, reemplazaba la arbitrariedad por la ley y permitía elecciones libres y partidos y sindicatos independientes del poder.
Líderes carismáticos como Hitler, Mussolini, Perón o Fidel Castro apelan al “espíritu de la tribu” en sus discursos, expresión que da título al libro. Vargas Llosa, apoyándose en Karl Popper, nos explica que en el fondo más secreto de todos los civilizados, existe la añoranza de aquel mundo tradicional (la tribu), cuando el hombre era aún parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderoso, quienes tomaban por él todas las decisiones. Allí el hombre se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido a la manada, al hato, al igual que los animales. Así se hallaba el ser humano en la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podían responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu. El “espíritu de la tribu” es el irracionalismo del ser humano primitivo, fuente del nacionalismo, de todo fanatismo, de la reaparición de terribles líderes carismáticos, gracias a los cuales la ciudadanía retorna a ser masa enfeudada a un caudillo.
Un escritor con tanto roce y experiencia de vida enriquece nuestra visión de mundo, ya que conoció a Hilda Gadea, Haydée Santamaría, Simone de Beauvoir, Margaret Thatcher y un sinfín de personalidades del ámbito político y cultural. Considero que este ensayo nos permite comprender el desencanto con respecto al comunismo de quienes nos anteceden generacionalmente. Asimismo nos permite, junto a autores liberales, reflexionar diferentes problemas como la libre competencia, el Estado, la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, los derechos humanos, la educación, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente, la libertad de expresión, la participación del ciudadano común y corriente en la vida pública y muchos problemas actuales.
Nos impulsa a reflexionar sin dogmatismo, a ser críticos también con el liberalismo, ya que este ha generado en su seno una “enfermedad infantil”, el sectarismo, encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales. Hasta Adam Smith toleraba subsidios y controles estatales, cuando el suprimirlos podía acarrear más males que beneficios. El rasgo liberal es la tolerancia para el adversario, aceptar que uno podría estar en el error y el adversario tener razón. La realidad es compleja y un gobierno liberal debe enfrentar la realidad social e histórica de manera flexible, sin creer que se puede encasillar a todas las sociedades en un solo esquema teórico, actitud contraproducente que provoca fracasos y frustraciones. Esta lectura nos ayudará a meditar sobre la importancia del presente.
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