Si bien la Unión de Naciones Suramericanas nació preliminarmente el año 2004 con el propósito de tonificar y crear lazos más estrechos de unidad y competitividad para la Comunidad Andina de Naciones y el Mercosur, solo el 2008 se creó formalmente con la constitución del tratado respectivo en Brasil. Siempre apadrinada por Nicolás Maduro, desde ese año cobró una orientación política definida pese a convivir con naciones fuera de la onda marcadamente izquierdista, como Colombia.
Sin embargo tal orientación no garantizaba una permanencia ininterrumpida en un marco cada vez más extremo, en la medida de su dependencia política del socialismo del Siglo XXI. Este es tarde o temprano el fin de todo cuanto se tiñe de los colores subidos y excluyentes de la política y ese fin prácticamente ha llegado. Así lo señala el alejamiento conjunto recientemente comunicado de Brasil, Colombia, Argentina, Paraguay, Perú y Chile, y es que en éstos se ha producido una renovación de mandatarios no alineados en la indicada corriente socialista y no dispuestos a continuar bajo esos cánones que tan asiduamente se pretendía dar a Unasur.
Por esta suerte permanece un cuerpo sin alma, como alguien diría, lo cual no es extraño en el cambiante mundo político. Entre los factores determinantes se halla la disconformidad con el secretario General, Ernesto Samper, el cese de aportes de los países retirados y la crisis financiera consiguiente para mantener una frondosa e ineficiente burocracia.
No debe de haber dejado de influir la poco conocida acción diplomática y política de nivel internacional del canciller Fernando Huanacuni, a propósito, nuevo presidente Pro Témpore del organismo, habiendo quedado en el haber de Unasur solamente Venezuela, Uruguay, Bolivia, Guyana y Surinam, en una especie de statu quo irreversible. Iván Luque, electo presidente colombiano, ensayó un epitafio al decir que el organismo no era otra cosa que “una caja de resonancia de la dictadura”, en obvia referencia al régimen de Nicolás Maduro, cuya reelección es vista como “ilegítima e ilegal” por muchos de los Estados ex integrantes.
Por otra parte, queda con los “crespos hechos” la inauguración de la suntuosa sede del Parlamento unasuriano edificado con un costo alto por el actual Gobierno en Tiquipaya, Cochabamba, sin haber albergado ni una sola reunión del presunto Parlamento. Parecida suerte le ha correspondido a la aparatosa sede de la Secretaría General de Unasur en Quito, Ecuador, construida por un alarde derrochador de Rafael Correa, ahora destinada a otras finalidades por el presidente Lenin Moreno.
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