Insistimos desde hace tiempo que vivimos en una democracia engañosa. Celebramos cada 10 de octubre, expresando que se cumple un año más de democracia “ininterrumpida”. Curiosamente, como si no tuviéramos memoria, olvidamos que el Dr. Siles Zuazo se vio obligado por la oposición a renunciar a un año de su mandato; que Sánchez de Lozada fue derrocado por una revolución; que a su sucesor, Carlos Mesa, no se le dejó concluir con el período constitucional; y que el actual mandatario se hizo reelegir inconstitucionalmente durante la presente gestión y ya ha anunciado su candidatura para el 2020-2025, haciendo “triquiñuelas” con la Carta Magna.
Por otra parte, desde 1982 se ha iniciado una insurgencia popular que no existía durante los gobiernos anteriores, y lo que eran bloqueos de caminos en el Chapare, ahora son marchas y barricadas diarias a lo largo del país. S.E. ha sido el estratega de la cultura del bloqueo en la etapa democrática, porque no se atrevió a hacerlo cuando las dictaduras militares. Los bloqueadores están paralizando a la Bolivia constitucional, lo que no hicieron con la Bolivia de facto. Para S.E. y seguidores, la llegada de la democracia fue como una patente de corso, donde todos los caprichos deberían atenderse por los permisivos gobiernos de turno, y ahora esa tolerancia se ha convertido en una peste que ha contagiado a toda la nación.
En los tiempos que corren el régimen viola las leyes que quiere, porque el Ejecutivo se ha apoderado de los poderes Legislativo, Judicial y Electoral. La mentalidad democrática de los actuales conductores está puesta en duda, porque de una parte son elegidos mediante voto popular, pero cuando son derrotados por el mismo voto se niegan a aceptarlo, como sucedió con el 21-F. Se ha gastado las millonarias rentas del gas en inversiones poco útiles o decididamente inútiles, sin llamar a licitaciones. S.E. hace lo que mejor le parece, pero, a menudo, violando la Constitución, como es la persecución política. Se podría decir que todo obedece a un mal gobierno, que es evidente, pero también habría que preguntarse si transitamos por un estado de derecho.
Lo que vivimos parecería una “democracia populista”, desde la perspectiva de que parte del pueblo hace lo que le da la gana, no obedece la ley y desacata al Estado. Esto que vivimos podría entrar más en el terreno del anarquismo. Porque la turba tiende, cada vez más, a hacer desaparecer el poder público, a ignorarlo. Aunque la mayoría en los ciudadanos se resigna ante un régimen desacreditado y poco legítimo, el campo volcado a las ciudades, se estrella, como cobrando una deuda, en contra de todas las instituciones nacionales, y con su descontento provoca el caos. Da la impresión de que el anarcosindicalismo, tal vez sin proponerse, está germinando como una fuerza creciente en el país, lo que es muy grave.
La democracia es un sistema de convivencia que requiere de un mínimo de cultura. Si bien se inició con los griegos, demoró siglos para reaparecer en Europa y luego en EEUU. En América latina hubo democracia de manera inconstante. Chile, Uruguay y Colombia han sido, con altibajos, las naciones más democráticas, pero también son las naciones más cultivadas. Por eso Argentina, culta, es insondable.
En Bolivia nos gusta votar cada vez, porque creemos que así somos libres. Pero termina el escrutinio y se liberan los instintos salvajes del anarquismo. Al régimen constituido se lo acosa con ánimo de doblegarlo si no satisface las demandas y el régimen tiene que someterse para preservar el mando aunque no el poder. “Gobernar escuchando al pueblo”, es una de las mentiras con que desesperadamente S.E. pretende perdurar. No aprende el ejemplo de que en democracia lo que se necesita es una administración honrada para hacerse respetar.
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