La constante implementación de drogas no cesa por medio de delincuentes comercializadores con el objetivo criminal de sumar adictos, y ante ese panorama cruel no debe haber descanso para proteger a las actuales e incipientes generaciones. Consecuentemente, los hijos piden auxilio y comprensión por muchos signos que, ante padres tan atareados por sus realizaciones personales, es imposible percibir. Entonces se produce un desencuentro en la comunicación en los hogares que se mantienen unidos, y peor aún con la distancia física generada en hogares destruidos por la separación y el consecuente divorcio. Así se daña, para siempre, vidas que se encuentran en formación, asestando un golpe mortal a la posibilidad de alcanzar la felicidad.
La comunicación debe ser fomentada por los padres, pues éstos con sus ineludibles roles asumen la autoridad para determinar el rumbo del hogar en la evolución del entendimiento de los hijos. Los hijos, en esta crucial fase, no poseen autoridad, madurez ni experiencia para señalar a los padres lo que se debe hacer en el seno familiar. La falta de comunicación entre padres e hijos seguirá siendo una barrera, mientras los padres no comprendan la evolución diferente que asimilan sus hijos, por supuesto muy diferente y más problemática a la que fue su propia juventud.
Los padres no deberían tratar de imponer sus criterios, experiencias propias o su forma de pensar, sino dialogar sobre ello, como un consejo o un paradigma de vida, pues están al frente de un ser humano con diferente actualidad, multiplicidad de problemas de la época y una actitud mental influida por el medio ambiente cultural y de interrelación. Consecuentemente, el esfuerzo por lograr complementación a esa irrefutable realidad y a esos condicionantes diferentes de la actual juventud, es el desafío que exige a la propia calidad de padres.
Aceptar esa tarea no se centra en la simple provisión de alimentos, vestido, comodidades y educación externa, sino en la actitud de constante comprensión, empatía ante sus problemas existenciales, que se debe dispensar en la comunicación con los hijos,
Así, se debe desterrar los propios moldes de formación, ya anacrónicos; rescatando de ellos los puntos de referencia que pueden ser apropiados y convincentes, sobre todo útiles para la formación de los hijos. Si se persiste en la imposición de los propios moldes y estructuras recibidos, se producirá una confrontación y reticencia al diálogo y se condenará la sagrada misión de padres a la incógnita terrible del desconocimiento total de lo que piensan o ejecutan sus hijos, situación no deseable para todo hogar.
Lo descrito es una aproximación a la multiplicidad de situaciones conflictivas y casi irreparables que se suscitan en los hogares con la impronta de ausencia de diálogo. Por ello se debe escuchar permanentemente la voz interior, fuerte e incorruptible que prescribe la misión de educar, enseñar el ejercicio maravilloso del diálogo, aprendiendo a escuchar y asentir en sus objetivos y esperanzas; corrigiendo constantemente cualquier atisbo de desvío con gran dosis de habilidad, amor, tolerancia y aceptación de ideas y posiciones intelectuales que no siempre coincidirán con las suyas y cuya suave confrontación con el diálogo, posibilitará a los padres conocer mejor a sus hijos, respetar su actualidad, en la cual están irremisiblemente inmersos, así como la evolución de la misma, para comprenderla y no sea la diferencia un obstáculo en el diálogo.
Todo ello diseña un panorama nada fácil, tanto para padres e hijos y es recomendable que los hijos reconozcan la autoridad de sus padres a través del desarrollo del diálogo, que debe atraer a ambas partes. Y que los padres comprendan que no se trata de imponer la autoridad reverencial por el simple hecho de investir la calidad de padres.
Se conseguirá logros inesperados en lo referente al conocimiento de los sentimientos, la visión particular de su mundo actual y la percepción que desarrolla su personalidad, con el interés genuino, ternura y dedicación que se imprima en el diálogo con los hijos, antes que la autoritaria exposición del pensamiento y acciones de los padres y lo que éstos harían en su posición, así se elimina la generosa posibilidad del diálogo por doble vía.
Bajo ninguna circunstancia se debe olvidar que el objetivo fundamental e irrenunciable es desarrollar el apostolado de la educación, decantando en la formación. Y por la brevedad de la vida, la misión es transformarlos, a medida que esta transcurre, de locuaces y entusiastas interlocutores, además de dialécticos, en receptores ávidos de consejos adecuados, de la experiencia y generando la metamorfosis, a causa del diálogo, de hijos a amigos. Este trasvase de hijo a amigo es la experiencia más motivante de realización que los padres puedan lograr.
El autor es abogado corporativo, postgrados en Interculturalidad y Educación Superior, Arbitraje y Conciliación. Escribió el libro “Adiós a las drogas y a la adicción”.
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