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[Eric Cárdenas]

La República de Bolivia


Hace 193 años que en la ciudad de La Plata (Charcas) se fundó la república de Bolívar -luego Bolivia- después de quince años de luchas independentistas encabezadas por criollos y mestizos, que demostraron una bravura extraordinaria. Cuando nacimos como Estado independiente de la colonia española, de acuerdo con el “uti possidetis juris” teníamos alrededor de 2.364.755 Km2 de territorio, y perdimos por guerras o tratados: 1.265.437 Km2 a favor de nuestros ambiciosos vecinos.

La impronta ideológica de la República fue del liberalismo, expresada en la Constitución redactada por Simón Bolívar, principios que se han mantenido en alguna medida hasta este tiempo en la Constitución Plurinacional. Sin embargo, en la realidad se mantuvo la situación de exclusión de los indígenas, hasta las medidas de la Revolución Nacional, a partir de Abril de 1952, por las que todos los habitantes sin diferencias tienen los mismos derechos y deberes.

La formación de la República recorrió un tramo doloroso, por las permanentes luchas internas por el poder político entre los caudillos militares y civiles y la ausencia de un proyecto político nacional, determinándonos a una situación de atraso y pobreza, que aún no hemos superado. Sin embargo, es de justicia destacar a los gobiernos de Andrés de Santa Cruz y Manuel I. Belzu en el Siglo XIX, el primero que fue el constructor de la nacionalidad y el segundo el precursor del nacionalismo boliviano, y los de Ismael Montes y Víctor Paz Estenssoro en el Siglo XX.

Las guerras por la defensa de nuestra heredad territorial marcaron la vida nacional ante la pérdida de importantes y ricos territorios, siendo la del Pacífico la que marcó a fuego el “alma” nacional, por la pérdida de nuestro territorio y costa marítima. La Guerra del Chaco -la última-, pese a la pérdida de 235.000 Km2, significó un sacudón en la mentalidad de los miles de excombatientes que buscaron nuevos derroteros de cambio que se dieron a partir de los gobiernos de David Toro, Germán Busch y Gualberto Villarroel y que remataron en los profundos cambios de la Revolución Nacional.

Ha sido la Revolución Nacional, considerada un hito histórico, luego de la de 1825, que cambió la estructura social y económica del país, incorporando a la vida nacional a las mujeres y a la mayoría indígena (63%), recuperando las riquezas mineras que estaban en poder de tres grandes empresarios denominados los “barones del estaño”, para el Estado. Entregando en propiedad las tierras a los campesinos y abriendo la educación a todas las clases sociales. En lo económico con la diversificación productiva, cuyo producto es la pujante Santa Cruz.

El programa revolucionario de abril de 1952, con su modelo del Nacionalismo Revolucionario, su fórmula social de la “alianza de clases” y el papel protagónico del Estado en el desarrollo, que se resume en el “Plan Decenal de Desarrollo”, sigue en buena medida en vigencia, pese a los avatares de la “restauración”, las “derechas “, las “izquierdas delirantes” alejadas de la realidad nacional y el “populismo”, pues no se ha implementado un modelo distinto del Nacional Revolucionario, aunque su planteamiento original haya sido desvirtuado.

Cuando nos preguntamos: ¿Por qué siendo un país que tiene todos los recursos naturales renovables y no renovables, con reducida población, está en una situación de pobreza? La respuesta es que hemos tenido y tenemos “malos gobernantes” (salvando las pocas excepciones de buenos gobiernos), pues parece que elegimos a los menos capacitados, o a los menos malos, que se determina en el “caudillismo presidencialista”, saturado de incompetencia, corrupción, odio y exagerada ambición de poder.

Seguramente ha de resurgir el patriotismo inspirado en el de los protomártires que lucharon por la independencia, la libertad y los derechos ciudadanos, y de los miles de compatriotas que en el decurso de la historia republicana, ofrendaron sus vidas y haciendas, los primeros por legarnos una Patria libre, y los segundos por mantener ese legado.

Bolivia es y será lo que sus hijos hagan por ella.

El autor es abogado y politólogo.

 
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