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[Harold Olmos]

Registro

Un largo trayecto de mentiras


Las tareas investigativas de los grandes medios informativos estadounidenses han expuesto una imagen diferente de Donald Trump respecto a la que la prensa adicta al mandatario desearía proyectar. Una compilación de The Washington Post dio una cifra para parar los cabellos: 2.140 mentiras en su primer año de gobierno. Con todo lo devastador que podría representar esa suma, con unas seis mentiras o falsedades por día, el conteo siguiente fue aún más devastador: 4.229 entre enero y junio de este año, el doble del primer conteo que abarcaba todo un año.

Para la mayoría de los analistas era difícil asimilar la idea de que un presidente pudiese decir tantas mentiras o afirmaciones falsas, en volumen y espacio de tiempo. Citado el fenómeno por The New Yorker, la cuantificación daba un promedio de 16 falsedades diarias entre junio y julio. Eso representa unas dos mentiras por hora, o aún más si se considera que una persona normal invierte unas 12 horas en dormir y comer, y algunas más para escuchar, con lo que las mentiras del presidente se concentran en menos tiempo.

La compilación mentirológica estuvo a cargo de un equipo especial del periódico y los resultados fueron un kilate más para el valor de una prensa libre, educada y sin mordaza para una sociedad democrática.

La experiencia de lo que ocurre en el norte del hemisferio confirma que la prensa se ha erguido como el antídoto más fuerte contra las tendencias autoritarias que atribulan a muchos países. Eso explica los constantes ataques hacia los medios informativos por parte de gobernantes que prefieren medios dóciles que no se atrevan a divulgar las mentiras y los traspiés de sus líderes. Donald Trump es parte de las corrientes que resisten a la prensa abierta y sin restricciones que lo censura por las que identifica como ligerezas históricas respecto al cambio climático, y su oposición al libre comercio. Esa oposición ha instalado una guerra comercial con China que parece apenas haber comenzado y tiene de puntillas a los principales aliados estadounidenses.

Los medios que escudriñan al gobierno han detectado en las últimas semanas tantas falsedades y contradicciones que ya empieza a creerse que conforman una marca indeleble del declive del presidente. Trump comenzó su gobierno asegurando que había sido bienvenido por la mayor multitud congregada en Washington para una posesión presidencial. No lo convencieron de que eso no era cierto ni las fotografías que desplegaron los periódicos con multitudes compactas que saludaron el advenimiento de Barack Obama o del propio George W. Bush. La cantidad de gente que asistió a esas ceremonias era claramente más numerosa que la que tuvo la de Trump. Ahora los historiadores anticipan que tendrán dificultades para explicar cómo un personaje como Donald Trump consiguió llegar a la silla presidencial en el país que alberga el mayor número de premios Nobel y es sede de muchas de las universidades mejor reputadas del mundo.

Los analistas creen que lo que ocurre en estas semanas tendrá un peso importante en las decisiones que tomen los electores en noviembre, cuando habrá una renovación parcial de las cámaras de representantes y del Senado que servirán de termómetro para saber cuánto ha calado Trump en el gran público norteamericano y qué futuro podría tener su gobierno.

A tres meses de esas elecciones, aún flota la afirmación que recorría los ambientes políticos de América Latina a fines de la década de 1970: Las elecciones en Estados Unidos son tan importantes para todo el mundo que toda la humanidad debería tener derecho a votar en ellas. El continente, que entonces pugnaba por retornar a la democracia, seguía con ansiedad el curso político estadounidense. Agobiado por el desastre de una incursión en Irán para rescatar a los rehenes en la sede de la Embajada de Estados Unidos, el demócrata Jimmy Carter perdió la presidencia para el republicano Ronald Reagan, quien, contra todos los vaticinios, apoyó a los movimientos redemocratizadores que recorrían el continente y se abrió una época en la que, décadas más tarde, aún pugnan por afirmarse.

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