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[Raúl Pino-Ichazo]

Es inmemorial el martirologio de la mujer


La discriminación, el tratamiento inequitativo, la consideración inaudita de que ella es inferior al hombre, apoyada por las sociedades, tildada como un mero instrumento de procreación, además de los horrendos feminicidios y la violencia física, el exiguo respeto a su integridad y la actual ominosa brecha salarial en comparación con el hombre, es la impronta que ensombrece a la humanidad. Y es que todos los hombres somos culpables de que esta situación continúe y que los postulados jurídicos insertos en las diferentes constituciones se queden en postulados, sin una real implementación, pues cuando el ser humano no se libera de su instinto animal y persecución por la posesión y la supremacía, denigra su condición humana y su nivel intelectual es irremisiblemente insipiente (nótese que insipiente con s significa ignorancia).

Baste sólo retrotraerse a la inmutable historia para recoger costumbres que estructuran esta aún no lograda igualdad plena de la mujer: en el Ramayana el ideal de mujer debía ser la belleza, la circunspección, la mansedumbre, la gracia, la honestidad y la elegancia, ignorando que esa mujer es un potencial intelectual inconmensurable para el mejoramiento de vida de los humanos.

En los pueblos índicos, como en los demás pueblos del Oriente, se consideró a la mujer que carecía de descendencia ordenarle que sufriera un contacto de algún pariente o amigo a fin de obtenerla, como también autorizar a las hijas mujeres a darle un varón al padre que careciera de él. Naturalmente un incesto, una aberración de irrespeto a la dignidad y la soberanía de concepción de la mujer para dar vida a un ser humano.

En las relaciones familiares, la hija soltera dependía del poder paterno, del marido al casarse y de los hijos varones al enviudar. Por falta de hijos dependía de los próximos parientes del marido; y en ausencia de éstos, de los próximos parientes del padre y si carecía de ellos, dependía del soberano. Era un verdadero ultraje a la mujer, causándole una inestabilidad insufrible.

En China la mujer era, incomparablemente, de inferior condición aun, pues la enseñanza histórica nos revela que donde no se reconoce al hombre la plenitud de los derechos inherentes a su personalidad, la mujer es oprimida o se da libertad para toda clase de vejámenes.

Además la mujer china no era considerada una persona sino una cosa que se la adquiría por compra, ignorando, hasta el momento de ingreso en la casa del esposo, quién sería éste. En el hogar no participaba de los honores de esposa, no pudiendo sentarse a la mesa de la familia, no poseer bienes, menos heredar al marido.

Peor aún para la mujer fue la introducción de la poligamia y con la facultad del repudio del marido por fútiles pretextos sin fundamento se la relegaba jurídicamente a la nada. Es difícil concebir que en pueblos milenarios con una cultura admirable se pueda aplicar tales demenciales costumbres, siempre en beneficio del hombre.

Similar trato corresponde establecer para la mujer japonesa y, entre los fenicios, valeroso pueblo semítico con notabilísimos arquitectos, la mujer podía ejercer el comercio, lo que supone un elevación jurídica, sin embargo la desenfrenada lujuria del pueblo asirio mantuvo a la mujer en el bajo nivel de las sociedades orientales. El pueblo egipcio, como los demás pueblos antiguos, no supo sustraerse de la corrupción y la figura de Cleopatra, con sus pronunciados vicios, es sin dubitación el reflejo de la mujer egipcia.

En Grecia no podemos juzgar a la mujer casada a través de las hetairas que subyugaban a la élite de los personajes de la república y dominaban los señores de Grecia. Estas hetairas cultivaban la elocuencia, como lo relata Platón, discípulo de Sócrates en la obra Menexeme; la política, como lo describe Plutarco, la poesía, las artes, la filosofía misma, inspirando a un Alcibíades como a un Praxiteles.

Es en Europa donde la civilización toma un verdadero impulso y la mujer comienza a caminar hacia la conquista de su libertad. Se debe reflexionar, por este rapidísimo paso por la historia y comprender que ningún hombre se liberará de sus monstruos internos sino observa a la mujer con convicción espiritual de plena igualdad, pues es el ser más importante de la creación.

El autor es abogado corporativo, posgrados en Arbitraje y Conciliación, Interculturalidad y Educación Superior, Derecho Aeronáutico, Docencia en Educación Superior, doctor honoris causa.

 
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