Algo más que palabras
“Pongamos espíritu creativo y coraje en el entusiasmo”
El mundo representa una gran diversidad, lo que nos exige ser cada día más cooperadores para sentar los cimientos de una nueva y renovada alianza para la acción conjunta, a la vez de que se requiere lenguajes más del corazón, que de las finanzas, para poder activar otros espíritus más libres y respetuosos con el entorno y la distintiva entidad humana. Por momentos contamos con un sometimiento opresivo de los organismos financieros. Esto nos debilita tanto, que nos deja sin nervio y sin verbo algunas veces. En otras ocasiones, sufrimos el ejercicio corrupto de políticos que anteponen el bien común a sus intereses privados; obviando que la política es servicio y jamás negocio. No importa vulnerar las legislaciones, incluso aquella que sea ley de leyes, nos hemos acostumbrado a una permisividad del todo vale y todo sirve. ¡Triste periodo el nuestro que todo lo contamina de falsedades!
Con razón, la limitación del poder es una idea implícita en el concepto mismo del derecho, que hay que ponerla en práctica más pronto que tarde, puesto que nadie es dueño de nadie. No se trata, pues, de reaccionar sin más ante unos hechos, ya que nuestras actitudes como seres pensantes nos demandan cuestionarnos, ir al fondo de la cuestión, repensar la realidad, canalizar nuestra propia inventiva, seguramente redoblar los esfuerzos comprensivos; y, en todo caso, tender puentes siempre hacia todos aquellos que nos reclaman ayuda. Ahora bien, esta acción no puede ser llevada a buen término de manera aislada, fragmentada, es necesario un enfoque global. Sin duda, debemos crear una nueva traza de colaboración entre Estados, incluso para administrar los recursos naturales de manera conjunta, puesto que las crisis van a surgir permanentemente y vamos a tener que convivir auxiliándonos unos a otros.
A mi juicio, hoy más que nunca necesitamos de la inventiva humana, para encontrar el camino que nos lleve a ese horizonte de autorrealizaciones, que es lo que verdaderamente nos dignifica. Llevamos impresas tantas heridas en el alma que nos cuesta tomar aliento. Cada día son más las personas que se sienten abandonadas por esa multitud de pedestales, que lo único que hacen es aplastarlas más. No sentirse acogido por tus propios análogos, es una de las mayores injusticias. De igual modo, no tener trabajo elimina la dignidad. Al parecer, la dignificación del ser humano no está prevista en la agenda de muchos líderes actuales. Por este motivo, diariamente multitud de personas se degradan y viven en situación de desamparo ante la indiferencia de una clase dominadora que se resiste a extender su mano. La pobreza, la exclusión y las guerras continúan siendo el carburante que enciende la maquinaria de la esclavitud en nuestra época.
Ante este bochornoso contexto de injusta dominación, es menester el coraje del entusiasmo colectivo, el soplo creativo de la gente, sin ninguna coacción externa. Sólo hay que salir de uno mismo, y ver que el mundo ha cambiado, pero de una manera dramática. A poco que nos dejemos, se nos pisotean los más innatos derechos. Cada cual debe ser digno actor de su camino y de su caminar. No pongamos más piedras por la calzada. Nuestra casa común, o sea nuestro planeta, nos pertenece a todos por igual, lo que requiere de una estima y consideración hacia todo aquello que vive y nos acompaña en nuestro andar. Hay que empeñarse, por tanto, en despojarse de egoísmos, para poder trabajar sobre una justa comprensión de hermanamiento universal y sobre el respeto al ser de cada existencia.
Herir a una persona en su decencia es un salvajismo tan descarado, que merece restitución. De ahí, la importancia de luchar de manera legítima por acabar con las violaciones a los derechos humanos. Hasta ahora, si bien la ONU ha marcado unas pautas al establecer unas normas mínimas de comportamiento aceptable para las naciones, llamando la atención de la comunidad internacional sobre las prácticas que pueden incumplir dichas reglas, lo cierto es que urge un mayor compromiso de todos al respecto; sobre todo, a la hora de considerar las diferencias culturales como muros en lugar de horizontes, a fin de promover una mayor cohesión social, lo que conlleva de un tesón solidario auténtico, muy distante a lo que prolifera en la actualidad. Ojalá aprendamos a unirnos, a estar juntos y no divididos, a trabajar coordinados, y de hacerlo así, hagámoslo como poetas en guardia siempre. La paz será nuestra y el éxito de todos. Vale la pena implicarse en la tarea.
El autor es escritor.
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