Faltando tan sólo siete años para cumplir doscientos años de vida libre e independiente nuestra patria, Bolivia, sus hijos llegamos con la reiteración de los mismos sentimientos, intenciones y propósitos para hacerlos realidad en el futuro; pocas veces, muy pocas, hacemos examen de conciencia sobre lo hecho en el tiempo pasado. Cuántas veces gobernantes, políticos e instituciones han observado conductas que no siempre han sido efecto del amor, de propósitos sanos y vocación para cumplir lo bueno y dar más al país siquiera como parte de lo mucho que recibimos de él. Cuánto se ha pasado por procesos político-partidistas de toda laya y que han asumido poder de la nación con “los mejores propósitos e intenciones” sin que, llegados los balances, se haya cumplido algo y, finalmente, cuánta demagogia y populismo se ha ejercitado por parte de “revolucionarios” para conducir los destinos del país y nada o muy poco se hizo.
Son 193 años de promesas un tiempo que ha servido para la satisfacción de ambiciones, intereses y conveniencias en favor “del partido” o personales y de grupo. Se prometió cambios que nunca se hicieron o, si se los hizo, fue en favor muy particular, muy personal con egolatrías y satisfacción de lo personal, de lo partidario, del entorno y el crecimiento de más ambiciones, complejos matizados por la soberbia y la petulancia y sin una pregunta a la propia conciencia sobre ¿cuánto hicimos por el país y su institucionalidad? ¿Cuántas veces se violó la Constitución y se incumplió las leyes? ¿Cuánto enriquecimiento a grupos de conveniencia han sido posibles en aras de la política? ¿Cuánta permisividad hubo para la práctica del delito, de la economía informal, del narcotráfico, de la petulancia y las ambiciones que nunca se han mostrado suficientes?
Muchas veces, las generaciones en 193 años, han reclamado que haya amor, conciencia de país y vocación de servicio por parte de quienes poseen poder político, económico, social o de cualquier índole; pero, no siempre se ha cumplido con ello porque más ha valido la satisfacción de intereses y conveniencias personales y político-partidistas. Hubo reclamo permanente para que se cuide la integridad territorial y que los comportamientos sean acordes con las urgencias y necesidades de la nación; se ha demandado de los gobiernos que se haga gestión y se administre honesta, honrada y responsablemente el país y que se entienda que su patrimonio debe ser respetado y utilizado en el desarrollo armónico y sostenido; que se dé prioridad a los presupuestos de salud y educación con miras a alcanzar el sitial debido en el concierto de las naciones; que se cumpla con la institucionalidad y que se combata lo ilegal como es el contrabando, la corrupción, el narcotráfico y sus secuelas; pero, muy poco se ha conseguido porque no se quiso obrar conciencialmente, con austeridad, cordura, prudencia y alta moralidad.
Importancia capital tienen ahora, a los 193 años de independencia, que se adopten conductas para cumplir objetivos supremos en la vida nacional: respeto, consideración, amor y dedicación al país y a su institucionalidad, cumpliendo la Constitución Política del Estado y las leyes; restablecimiento total de la independencia de los poderes Judicial y Legislativo que, hasta ahora, han sido o son simples dependencias del Ejecutivo y de decisiones partidistas; cumplimiento estricto de los presupuestos generales de la nación que estén sujetos a la honestidad, honradez y responsabilidad de todos los que poseen poder gubernamental teniendo como principio de que son bienes de propiedad nacional y no de conveniencias e intereses personales o de partido.
Importancia decisiva y definitiva para el futuro nacional tiene la atención de las políticas que se realicen en pos de conseguir el reconocimiento pleno a nuestro derecho de retornar al mar; atención y cuidado para la preservación de las aguas vertientes del Silala y, para ambos casos, atender profesional y responsablemente la defensa ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya.
Importa también que se tome conciencia de una norma de conducta que debe ser general: apego a la verdad y al cumplimiento sin mengua alguna de los deberes y responsabilidades, en franco y honesto abrazo con la honradez. Finalmente, restituir la institucionalidad como medio de vida y comportamiento de todo el aparato gubernamental. Sin el cumplimiento de estas y otras condiciones morales que deben regir la vida de todos los bolivianos, será imposible salir de la profunda sima de pobreza en que nos encontramos y que nos coloca entre los países más pobres del mundo, situación que, hasta por dignidad, deberíamos abandonar cumpliendo principios morales de honradez y responsabilidad.
Sólo con amor, trabajo y disciplina podremos vencer a los grandes males que nos aquejan; no hacerlo, querrá decir que se quiere seguir por las sendas escabrosas del atraso, la dependencia y la pobreza.
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