Lo falso y aparente son siempre recursos de las conductas hipócritas, pero hay algunos que paralogizan e indignan. Es que estos días en que se ha recordado el 193 aniversario de la independencia de Bolivia, hemos visto y oído una serie de fingidas exhortaciones patrióticas y de exaltación nacionalista. Un velo que oculta un trasfondo indudablemente político y oportunista.
De pronto vemos transformados en fervientes patriotas a los hombres y mujeres del Gobierno, haciendo un paréntesis en su discurso y obra deconstructivos de cuanto signifique nuestro “pasado” republicano. Veamos algunas de estas apelaciones nacionalistas. ¡Nuestra amada Bolivia!, ¡honrar a la Patria!, respetar su fecha cívica. Añaden, no interferir los homenajes con gritos y pancartas, en fin, recomendaciones a los colectivos ciudadanos –posiblemente mirados sobredimensionadamente- demostrando temor a una anunciada fuerte presencia en Potosí, sede de los actos celebrativos.
Tales apariencias patrioteras pueden engañar a los desprevenidos, pero no a quienes con cierto detenimiento analizan las intenciones de minar las esencias de la verdadera bolivianidad, y es que sin sombras amnésicas existen quienes recuerdan cómo los profetas del actual régimen proclamaban la negación y desaparición de Bolivia de la faz de la tierra, preconizando la restauración del Kollasuyu a lo largo y ancho del territorio nacional. La Patria, la bandera, su dignidad, su defensa, eran y son pecados delirantes, herencias coloniales, creaciones artificiales.
En eso se asienta la ideología oficialista, ratroalimentada por los nuevos yatiris y amautas que junto a sus ilusorias adivinaciones amasan fortunas. Son los fundamentalistas del indianismo. Con esas metas predicen que han llegado al gobierno, pero no al poder absoluto, sinónimo de dictadura. Este extremismo radical no tiene espacio, sino es negando la historia, el tiempo, la evolución mental de los hombres y los pueblos y la realidad contemporánea. Sin embargo, la panoplia verbal utilizada no tiene el mérito de lo original ni de lo auténtico a nivel americano. Es una copia literaria de Fausto Reinaga y de algunos organismos internacionales fáciles de obtener en internet. Son, pues, “descolonizadores profesionales”. No se mire en lo dicho un desconocimiento de la eminencia de las culturas precolombinas, porque no lo es.
La carencia de objetividad les hace recurrir a un simbolismo imaginario que en estos días se materializa en un desangelado monstruo de 26 pisos. Su objetivo es convertir en chato al histórico Palacio Quemado, como si con ello se lograse demoler siglos de historia. Sembrando agravio tras agravio, han elegido agosto, el mes de la Patria, para inaugurar el nuevo palacio, señaladamente el 9 de mes, a 3 días del inconmovible 6 de Agosto. Pero toda la materialidad de cemento y acero que sostienen el edificio, se tornan inútiles para anular el espíritu viviente de la auténtica bolivianidad.
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