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[Augusto Vera]

193 años de azaroso caminar


Cuando de la vida de los pueblos se trata, ninguno puede sustraerse de los avatares que la propia construcción de su institucionalidad provoca. Culturas milenarias como la egipcia, persa, griega, etc., tuvieron que lidiar, unos para defender territorios y cultura, otros para invadir y someter a quienes por ubicación geográfica o contexto histórico, fueron codiciados cofres que les permitieron sobrevivir a esa especie de selección natural de la que Darwin nos habla cuando lo hace de las especies. Así muchos pueblos desaparecieron para perderse en las profundidades de la historia; otros pervivieron, y se erigieron hasta nuestros tiempos en grandes potencias.

En Bolivia, cuya cuna nos meció en laberintos de fatalidad en periodos que sería inútil negar, los procesos que terminaron por formar la república primero y el Estado plurinacional luego, han germinado a través de una cadena inacabable de disonantes acciones que han enturbiado el sueño del Libertador. Y es que desde su misma asunción a la primera magistratura del naciente Estado, la célebre viveza criolla o la picardía altoperuana se han puesto de manifiesto, en una suerte de ensañamiento del destino, que de un lado y del otro, han frenado el desarrollo integral de este sufrido pueblo.

No es intención describir la tragedia de una historia turbulenta y mucho menos de un presagio agorero para la hija predilecta del ilustre venezolano, pero cuando el país se enrumba hacia el segundo centenario de vida, no podemos simular desconocimiento de aciagos días que nos depararon mentes siniestras que nos gobernaron, hechos fatídicos que se suscitaron, aunque esta tierra también nos dio grandes hijos que se inmolaron por una Patria libre de toda tiranía nacida de las mismas entrañas de su vasta geografía.

La Guerra del Pacífico fue como el sino de otras catástrofes bélicas y que terminaron por desangrar no únicamente nuestro territorio, además, por desnudar hasta lo íntimo, la valentía del soldado boliviano. Cuánto hubiera progresado Bolivia sin la privación del derecho natural y jurídico que se remonta a la base geográfica de la Real Audiencia de Charcas, de un acceso irrestricto y con soberanía hacia ultramar. Pero cuánto habríamos crecido también, si nuestros políticos se hubieran despojado de sus ambiciones personales, nuestros militares se hubieran reducido a sus cuarteles, el Estado hubiera protegido la salud, promovido una educación eficiente; se hubiera adoptado políticas coherentes, suscrito tratados beneficiosos para el país, renunciado los ricos a gobiernos plutocráticos y los salidos de estratos sociales humildes, a los populismos y demagogias que han socavado en ambos casos los escuálidos, en su momento, y los abundantes ingresos que percibió el país, en tiempos más recientes.

Admiración y respeto a los combatientes del Chaco, cuyos medios casi de miseria en un infierno inclemente y abandonados a su suerte, han defendido los hidrocarburos que hoy sostienen la economía nacional, y que un día por insensatez de gobernantes, de cualquier forma, perdimos territorios en la contienda más encarnizada que Sudamérica sufrió en el Siglo XX.

Bolivia fue escenario del horror de los caudillos que se apropiaron del poder, de sus arcas, de la muerte de miles de mártires, pero también recibimos lecciones del integérrimo Mariscal Antonio José de Sucre, del gran estadista Andrés de Santa Cruz, de la inflexibilidad y moral de José María Linares que aunque rompió el orden constitucional, nunca se apartó de una escrupulosidad comparable únicamente a la del vencedor de Ayacucho. Hoy nos hallamos sumidos en un subdesarrollo del que nuestros vecinos, nacidos casi coetáneamente a la vida de independencia, han salido hace muchas décadas. Bolivia merece mejores días. ¡Felicidades Patria amada!

El autor es jurista y escritor.

 
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