Manuel Alencastre-Gonzales
En noviembre de 1522 circulaba por Europa una extravagante relación de sucesos acerca de la existencia de un nuevo mundo. Un continente inexplorado e inimaginado que había existido más al norte de La Española, una isla no hace mucho colonizada también, conocida con el nombre de Santiago de Cuba.
El autor de estas noticias es un tal Fernán o Hernán Cortés, capitán español, que decía haber descubierto una ciudad comparable a la de Roma, y no menos ostentosa que la inigualable Constantinopla, en un territorio hasta entonces desconocido llamado México. Esta ciudad se llamaba Tenochtitlan. Escondida en medio de una maraña de montañas, ríos y estaba edificada sobre un gran lago, con imponentes palacios de mampostería y adornos de oro y dividida en cuatro partes. Con una plaza principal en medio, donde cabrían dos veces la plaza de Salamanca, la más grande de España y tal vez del continente.
La relación de unas cuarenta mil palabras, fechada el 30 de octubre de 1520, en una localidad llamada Segura de la Frontera, causa sensación en el público, pues era comparable al hecho de haber hallado vida en otro planeta. Las increíbles noticias de aquellas páginas no dejaban de sacar del asombro a los lectores, que cada día se contaban por miles.
Cuenta el relator así: “Vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en tierra firme y otras grandes poblaciones en aquella calzada tan derecha y por el nivel como iba a México que quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en los libros de Amadis (de Gaula) por las grandes torres, edificios que tenían dentro en el agua. Todos de cal y canto y algunos de nuestros soldados decían si aquello que veían era entre sueños y no es de maravillar porque yo las describa…”. Es parte del relato de las también llamadas Cartas de Relación de Hernán Cortés.
La vista panorámica descrita es de la gran ciudad del emperador Moctezuma, noveno tlatoani de la más hermosa ciudad descubierta por los europeos en su periplo, en busca de oro y riquezas. Hay muchos pasajes de admirable realismo que cuentan paso a paso como si se tratara de un moderno noticiero radial. Pero en vez de sonidos utiliza la palabra escrita, y es de imaginar a un Cortés ensillando su caballo y armas, a la vez que llevando en el morral papel y pluma, como si se tratara de un reportero a la caza de nuevas por el nuevo continente.
El intrépido Cortés era hijo de un militar, Martín Cortés y de doña Catalina Pizarro y Altamirano. Estudiante de la Universidad de Salamanca. Lector ávido de libros de caballerías, como era la moda en Europa por aquellos tiempos, algo similar a lo que el famoso caballero Don Quijote hacía en la obras de Cervantes. Se cuenta que una mañana el joven estudiante se marchó de Salamanca sin despedirse de nadie, cogió sus cosas y regresó a su hogar, donde fue recibido con mucha tristeza, por haber dejado los estudios.
El hábil Hernán Cortés llegó a la isla de Cozumel en 1519, con 420 españoles, además de un grupo de ballesteros y escopeteros, cañones y navíos que para los indígenas debieron de ser monstruosos por los caballos que junto al jinete español parecían invencibles, como la figura de los centauros y así lo consideraban los naturales de aquellas tierras, incluso lo relacionaron con mitos antiquísimos de que un dios vendría de un país lejano a apoderarse de los reinos de México.
Paradójicamente, este mito que se encontró entre los aztecas también tenía semejanza con otros relatos de igual índole; entre la imaginería del Perú de los incas se conocía leyendas similares que presagiaban la llegada de hombres de tez blanca barbados.
Hoy las Cartas de Relación, las crónicas de ilustres frailes como Bernal Díaz, fray Berbardino de Sahagun, Bartolomé de las Casas, entre otros miles de hombres que plasmaron en el papel los acontecimientos de hace 500 años y después acompañaron a los demás europeos en su travesía por América son noticias y únicos testimonios que existen de lo que ocurrió.
Leer las páginas de Cartas de Relación es un viaje que alimenta la imaginación y nos describe nuestra propia identidad y de dónde procedemos.
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