La espada en la palabra
Hace unos días estuve en Santa Cruz de la Sierra participando en un evento en el que se analizó varias de las cuestiones más trascendentales de ese campo del saber humano que hasta hace poco era considerado indiscutiblemente como ciencia: la economía. La verdad es que siempre tuve mis dudas acerca de su cualidad científica, más incluso porque sabía que la madre de los estudios sociales no podía tener un atributo irrefutable, dado que nada que se relacione con la sociedad -y, por consiguiente, con su voluble cualidad espiritual- puede ser llamado ciencia. A pesar de que uno de sus pilares son los números (y de que las matemáticas constituyen la ciencia más incontrovertible que existe), la economía no puede llegar a ser científica. Con ella pasa algo similar que lo que sucede con la psicología: sus cultivadores se empecinan en atribuir a su campo de conocimiento o a su oficio el carácter de científico, hasta que aparece un economista o un psicólogo sensato que levanta su voz para decir las cosas como son en realidad.
Si en psicología hubo un Freud que dijo que la esencia del hombre es inmutable, se sabe que las particularidades de la psique humana son poco menos que infinitas; lo mismo con la economía. Si hay un conjunto de leyes, éstas son muy generales, y puede haber un particular cuyas finanzas y actitudes mercantiles socaven la que se creía la más robusta ley; esto es, de alguna forma, lo que demostró el último premio Nobel.
Sin embargo, el que no sean actividades científicas no les quita valía, es más, yo diría que las engrandece, porque ¿qué cosa más dificultosa que el estudio de algo que no ofrece certitudes? El campo de los estudios (que no ciencias) sociales presenta un sinfín de posibilidades en todo orden.
¿Puede haber leyes en una ciencia? No solamente puede haber, sino que debe haber. Los avances de la economía en este sentido llegan a relativizarse si son analizados desde una perspectiva de aplicación social. Expliquémonos. Si se toma en cuenta las ecuaciones y los complejos entramados numerales, elaborados mayormente por los economistas modernos, se dirá con toda razón que esas explicaciones son irrefutables desde el punto de vista matemático. Si se analiza gráficos y curvas en planos cartesianos, éstos son explicables en sí mismos y en el plano de la abstracción o la teoría. Empero, y por otro lado, si se toma el asunto desde la óptica de la aplicación de esas complejidades matemáticas (hasta ahora, como dijimos, axiomáticas e incontrovertibles) en la realidad de un colectivo social, las cosas se relativizan sobremanera. Como se dijo, una ecuación se explica en y por sí misma. En física tal ecuación es explicable tanto en la matemática cuanto en la naturaleza. Pero en economía no sucede lo propio dado que la ecuación y el número se relativizan al entrar en contacto con la naturaleza de los seres humanos, cuya esencia y comportamiento jamás podrán ser explicados en números.
Faltaría que todos nosotros fuéramos entendidos en economía teórica y matemática para que orientemos conscientemente nuestros instintos hacia el cumplimiento de patrones establecidos en los tratados. Pero ahora me dirá el economista empecinado en demostrar la cualidad científica de su profesión: “Es justamente la ley económica la que explica el comportamiento inconsciente del ser humano”. Pero lo cierto es que al estar las leyes de la economía sí o sí ligadas a elementos del comportamiento del ser humano, el asunto se relativiza porque estos comportamientos pueden sistematizarse en tratados sociológicos de probabilidades pero jamás en axiomas numéricos.
A la filosofía le pasa algo particular: está entre el arte y la ciencia; la economía pasa por un trance parecido, situándose entre la certeza y la duda.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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