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[Álvaro Riveros]

Clepsidra

Histérico homenaje al Libertador


El día 10 de agosto de 1825, después de firmada el Acta de Independencia, el Congreso aprobó una ley de reconocimiento a los generales Bolívar y Sucre en la cual, el nuevo estado llevaría el nombre de República de Bolívar, en homenaje al Libertador, y su capital (entonces llamada La Plata), recibiría el nombre de Sucre.

La misma Asamblea quiso también exteriorizar su admiración al Libertador con la ofrenda de un objeto material que simbolizara sus sentimientos y acordó, por el artículo 8° del citado decreto, que el Mariscal de Ayacucho le confiriera una medalla de oro tachonada de brillantes, en cuyo anverso figurara el cerro de Potosí y al Libertador colocando en su cúspide el gorro de la Libertad. En el reverso, entre una guirnalda de olivo y laurel, figuraría la siguiente inscripción: “La República Bolívar agradecida al Héroe cuyo nombre lleva”.

Presintiendo su muerte, el Libertador dictó su Testamento un 10 de diciembre de 1830 en Santa Marta-Colombia, y sin olvidar su promesa expresó: “Es mi voluntad que la Medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República”.

Suponemos que, ni en los más afiebrados delirios que caracterizaron los instantes postreros del Padre y Protector de la Patria, éste se habría imaginado la suerte que correría la joya obsequiada a su hija predilecta, en su cumpleaños 193, cuando ésta fue robada en las puertas de un prostíbulo, para ser devuelta luego en el atrio de una iglesia, después de las múltiples profanaciones de las que fue objeto, durante los años que le tocó ornar el pecho de los presidentes que se turnaron el poder.

En momentos en que se desahucia al histórico palacio quemado, que cumplió a cabalidad sus funciones por casi dos siglos, como el escenario de nuestras más importantes gestas históricas, para construir un adefesio millonario de 25 pisos, destinado a que parejas de recién casados vayan a fotografiarse y/o celebrar promociones escolares, es comprensible que los valores de la tradición y la historia se los estén pasando por el arco del triunfo, como aquel senador masista que se desnudó en el aeropuerto de Cochabamba. De ahí podemos inferir que la desaparición de una camiseta de fútbol del museo de Orinoca habría importado mucho más que la desaparición de la medalla legada por Bolívar, a no ser que, con el milagro de la tecnología de impresión tridimensional se haya replicado la joya para evitar, como ocurrió con Melgarejo, la molestia de devolverla.

Cuando se ingresa al campo de las innovaciones arbitrarias y despóticas, y se forja la historia a gusto y sabor del autócrata que, como Adán, piensa que la historia comienza con él, se corre siempre el riesgo de repetir el drama que le tocó jugar a Hugo Chávez, cuando en un gansteril ritual de macumba y brujería, de santería y primitivismo afrocubano, un 16 de julio de 2010, mandó exhumar los restos del Libertador para insuflarse, dizque, del poder de sus huesos, así como se lo habían aconsejado los santeros y bajo ese influjo cometió el mayor de los crímenes que hubiera podido imaginar en vida Bolívar: la devastación de Venezuela. Puede que no se crea en la maldición de los símbolos ¡Pero de que los hay, los hay! Peor, cuando se los utiliza como un histérico homenaje al Libertador.

 
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