Es un hecho mundial que las estadísticas casi siempre muestran lo que los gobiernos dicen y los organismos internacionales, como Naciones Unidas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y otros, toman en cuenta, para sus estudios y planes de préstamos y ayudas a países del Cuarto y del Tercer Mundo, esas estadísticas que, en la mayoría de los casos, muestran datos minimizados o exagerados sobre comportamientos económicos y también sobre la situación social de los pueblos. Por acuerdos firmados con esos organismos se consideraría lo que dicen los regímenes gubernamentales, como si fueran fuentes confiables.
Cuando hay referencia, por ejemplo, al desempleo, se dice que México, Guatemala y Bolivia son países que “menos desempleo tienen”; pero según realidades establecidas por instituciones privadas y organizaciones sociales, esas “verdades” no son tales y, por el contrario, muchas de ellas estarían tergiversadas, porque especialmente en Guatemala y Bolivia se siente en grande medida las consecuencias del desempleo.
El caso boliviano es patético, debido a las consecuencias de la extrema pobreza, a grandes índices de desempleo porque no hay formas elementales para que la empresa privada pueda ofrecer empleo. Muchas veces las estadísticas muestran como “seguros empleos” hasta labores que son realizadas esporádicamente, como el arreglo de calles y caminos; obras en la construcción y casos en los que se paga por jornales, que abarcan solamente pocos días. No hay, pues, suficientes trabajos firmes, bien pagados, garantizados y permanentes.
La economía informal se ha encargado de proveer empleo a quienes están dispuestos a percibir pagos sin reconocimiento de bonos, aguinaldos, beneficios sociales por tiempo de servicios y menos aportes a la seguridad social y otros que aseguren al trabajador y su familia. Cada uno, a su modo y de conformidad a la circunstancia por la que atraviesa, acepta cualquier trabajo con tal de percibir algo que le permita solventar las necesidades familiares; acepta cualquier jornal o sueldo conjuntamente horarios que están fuera de la ley porque no se cumplen las ocho horas. Y si no se acepta estas y otras condiciones, se dice que “hay filas de personas que esperan ese empleo en cualquier condición”.
Los empresarios de las drogas “abren sus puertas” a la desocupación y quienes no tienen trabajo muchas veces aceptan “trabajar” en labores como cultivar coca, industrializarla y hasta comercializarla; lo hacen contrariando sus principios y normas de vida; pero como “la necesidad tiene cara de hereje” aceptan el trabajo que, además, se paga en un 50% con drogas y el saldo en dinero efectivo. Lo percibido con droga debe ser comercializado por el interesado y, cuando éste no puede, son su esposa e hijos los que “colocan la mercadería” entre asiduos a la droga o, también, tratan de lograr nuevas clientelas. Esto hace crecer más el negocio, al que, sin querer, ayuda el desempleado. Las estadísticas, pues, no siempre reflejan verdades que conlleva la vida diaria siempre acompañada de pobreza.
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