Atentados contra la piel

De principio, corresponde expresar que el cuerpo humano es sagrado, como la naturaleza quiso que fuera, sin que le faltara nada para vivir normalmente. Tal vez la única salvedad que habría que efectuar a ello es que unos seres son más competentes que otros, pero puede que merezcan serlo por algún designio superior.

El cuerpo tiene una cubierta maravillosa que es la piel, con la que se conforma, en unos casos, mayor belleza que en otros, así como también hay diferencias en su coloración, pero esto no debiera otorgar mayores o menores atributos. Lo importante es que todos la tengan.

A partir de ello, la obligación natural es cuidar la mejor presencia y salud de todos los componentes de un organismo humano, obviamente empezando por la piel, que es como el mejor envoltorio del regalo que nos hizo Dios.

Con estos antecedentes, los seres que tienen el privilegio de hallarse en vida, lo apropiado es que la cuiden, protejan y luzcan de la mejor manera su presencia externa. Sin embargo, los órganos internos son los que más hay que conservar en su integridad y buena salud.

La parte externa de los organismos humanos es la piel, sea del color que tenga. Por tanto, no es cuestión de estar disconforme con ella, sino sentir la satisfacción que contar con todo o por lo menos con todo lo sustancial para dar consistencia a la vida.

Al ser merecedores de tantos bienes y privilegios, lo apropiado es cuidarlos y mantenerlos lo mejor que sea posible, en parte para darles buena salud y mejor si se puede hacer que sobresalgan en su lucimiento.

Las mujeres hacen bien en dar mayor consistencia y encanto a sus cuerpos y principalmente a sus rostros. Con el propósito de empeñarse en tener presencia más bella, efectúan adiciones a su piel y ondulan su cabellera, si acaso les cae mejor a sus gustos o a su afán de impresionar mayormente con su presencia.

Los varones hacen esfuerzos por ser más altos, tener mayor robustez y fuerza, pero no les mejora en nada eso de los tatuajes, más bien es como si se pusieran marcas, tal como se hace en el campo con los animales. Al menos, en los tiempos en que existían las haciendas, cada una de ellas distinguía a sus ganados mayores -caballos, mulas y vacunos- con marcas, para lo que mandaban hacer en las herrerías sus respectivos distintivos, con la finalidad de imprimirlos en los animales, luego de calentarlos casi al rojo vivo.

A eso me hacen recuerdo los tatuajes que ahora se hacen poner los jóvenes, como si fuera algo que los distingue y embellece o les confiere alguna cualidad superior. O por lo menos suponen que lucen mejor con marcas en la piel, cuando ésta debería ser conservada por cada quien como un privilegio de contar con ella.

Empero, lo que hacen actualmente es una violación a su piel, al hacerse poner marcas como si fueran animales, para facilitar el reconocimiento de sus dueños o algo por el estilo.

Esto era, pues, lo que hacían los dueños de haciendas con su ganado mayor, antes de producirse la Reforma Agraria en 1952. En buenas cuentas, a este extremo están llegando aquellos jóvenes de mal gusto, que se hacen marcar la piel como si dependieran de una propiedad rural.

El hecho de que en otros lugares expongan su piel a riesgos insospechados, no es lo mejor que pueda hacerse uno mismo. Es pura imitación, aunque irrazonada. Por lo que, en suma, es una monería absurda. Cuando se opta por esa línea, que sea para obtener algún beneficio o mejoría en sus condiciones de salud y de vida, pero hacerlo por suponer que se gana o beneficia en algo con los tatuajes, es un absurdo total.