El orden del día de las cuestiones nacionales ha puesto en primer lugar la urgente necesidad de la convocatoria a una Asamblea Constituyente destinada a ratificar los avances o corregir los errores históricos cometidos en el país en el curso de los últimos decenios. El asunto ya fue propuesto por algunas organizaciones sociales que reflejan, en mayor o menor medida, el estado de crisis económica y política en que se encuentra el país.
El asunto de una Asamblea Constituyente se plantea con mayor incidencia en vista de que existe una nueva situación creada por el desarrollo de Bolivia y la existencia de antagonismos entre la mayoría de la población y el gobierno actual, diferencias que han puesto en la agenda el desplazamiento de la autocracia y la convocatoria a la Constituyente, asamblea que debe ser de todo el pueblo, basada en el voto universal, directo y secreto y que sea verdaderamente constituyente y no una caricatura ilegítima.
La Asamblea tendría, obviamente, como objetivo, establecer un nuevo orden de cosas que exprese la voluntad popular y tendría todo el poder para constituir y sea legítima, que no dependa de ningún poder constituido al cual someta sus decisiones y al que quede subordinado, como ocurrió alguna vez.
Considerando la necesidad de urgencia de una Asamblea Constituyente, ésta no deberá basarse solo en una convocatoria, lo cual sería insuficiente, sino que esa Asamblea realmente sea constituyente para conquistar la más amplia democracia para el país y no termine girando en un círculo vicioso.
Eso obliga a preguntarse ¿en qué circunstancias se debe convocar a una Constituyente? En primer lugar, una Constituyente es un producto extraconstitucional; debe ser convocada cuando se ha producido un quiebre total del ordenamiento constitucional; una conmoción social, o cuando la legitimidad de un ordenamiento es visible y está severamente cuestionado y, finalmente, cuando se han agotado los mecanismos tradicionales o bien cuando se ha producido una guerra, un desastre ecológico, un colapso económico seguido de una crisis política, producto del desorden, la corrupción, el paso de una tiranía, etc.
La Constitución actual, por otro lado, ha sido superada por la realidad. Grandes frenos impiden el desarrollo de la democracia e inclusive enormes sectores de la población la desconocen y hasta el mismo gobierno actual no la cumple, revelando en su obsolescencia, que solo se conserva por el absolutismo, el control de los poderes militares, jurídicos y legislativos e inclusive considera que está amenazado por una “conmoción social”.
Una Constituyente no solo dicta una reforma constitucional sino dicta otra Constitución, porque solamente responde a la soberanía del pueblo y, considerando la existencia de un estado de desbarajuste, debe orientarse hacia un objetivo democrático claro y no actuar manejando “modelos” antagónicos y otras cuestiones absurdas y reaccionarias.
El proyecto anarco-populista de pensar que se puede construir el socialismo sobre el descompuesto y en desaparición régimen comunitario aymara, sin pasar, previamente, por la fase democrática, establecido por la Constitución, ha sido un fracaso total que solo pudo sobrevivir debido a grandes ingresos de origen externo, y gracias a los altísimos precios de las materias primas que vende el país al mundo, fondos que no sirvieron para crear y desarrollar nuevas fuerzas productivas y, lo que es peor, solo sirvieron para derroche, fanfarrias, corrupción, etc.
Una Constituyente tiene carácter de urgencia para reflejar el curso que sigue el país y ponerlo en su verdadero cauce, de tal forma que supere los escollos del pasado y tenga por delante un camino absolutamente para la construcción de un nuevo sistema, lejos de las utopías que quieren sacar la realidad de sus cabezas y no al revés.
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