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Con un traspié seguido de otro, la semana que acaba ha sido la peor del presidente Donald Trump desde su posesión y amenaza con convertirse en un punto de inflexión de su gobierno. Cada día tuvo un contratiempo mayúsculo. Los orixás dirían que los astros del mandatario se han desalineado y exhiben un comportamiento errático que nubla su futuro.
El propio Trump, al admitir en un programa de televisión que podría ser juzgado por el Congreso, previno que esa posibilidad traería quiebres en los mercados financieros, cuya solidez ve como resultado de la confianza que se atribuye a su gestión. Con eso, abrió espacio para especulaciones sobre capítulos licenciosos de su vida privada, expuso una manera arbitraria de manejar las finanzas de su Partido y subrayó prácticas inescrupulosas para conseguir el poder.
Su abogado personal por 12 años hasta mayo, Michael Cohen, implicó el martes al presidente al declarar ante una corte federal en Nueva York que el mandatario le ordenó pagar a Stephanie Clifford (Stormy Daniels en las pantallas) y a Karen McDougal, figuras conocidas del mundo pornográfico, 130.000 y 150.000 dólares respectivamente a cambio de su silencio en torno a aventuras íntimas, cuya divulgación habría perjudicado su carrera presidencial de 2016. Trump se sacudió de la versión diciendo que los pagos reembolsados a Cohen fueron dinero de su propio bolsillo. No logró despejar del todo la sensación frustrante que dejó la declaración de Cohen cuando dijo que había expedido el cheque con base en los fondos del Partido Republicano que administraba.
La afirmación presidencial no ha convencido a los legisladores que ven en el caso una grave violación de las normas éticas que deben guiar la vida de los líderes de la nación. Por lo menos uno de los pagos habría provenido de los fondos electorales del Partido Republicano. El abogado preguntó a la corte que lo juzga si hacer esos pagos era un delito, ¿por qué no sería también un delito para el que le dio la orden?
La atmósfera turbia que se ha formado alrededor del mandatario ha llevado a la mayoría de los analistas a compararla con la que prevaleció en Washington en 1974, que desembocó en la decisión del presidente Richard N. Nixon de renunciar antes que someterse a un juicio político por las mentiras que abrumaban a su presidencia. Muchos de los analistas creen que las denuncias contra Nixon tenían menor peso que las que ahora ensombrecen a Trump.
Un calibre mayor está concentrado en la familia de Trump, uno de cuyos miembros habría recibido informaciones de calibre proporcionadas por servicios secretos rusos contra Hillary Clinton que habrían ayudado a debilitar la candidatura de la contrincante demócrata. La maniobra era una reproducción de las que habría imaginado el Príncipe Maquiavelo en su mejor expresión.
Trump ha negado que en cualquier momento su campaña presidencial hubiese sido ayudada por los rusos, sus vinculaciones con magnates de la que un tiempo fue la potencia rival de Estados Unidos han fortalecido las sospechas de “colusión” con los ex enemigos.
La semana tal vez sea clave para la decisión de muchos en las elecciones de noviembre, que renovarán partes del senado y de la Cámara de Representantes. La justa electoral puede ser decisiva para decidir el futuro político de Trump. Si los demócratas se imponen y ganan la mayoría, podrían enjuiciar al mandatario, que ha sacudido el orden que regía desde la Segunda Guerra Mundial y enturbiado las relaciones económicas con sus socios comerciales.
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