Era el penúltimo día de la mayor feria cultural que se realiza en La Paz, y previendo que el siguiente día pudiera tener dificultades para ingresar al Campo Ferial, tomé mis recaudos para ver estanterías durante toda la tarde y hasta el último instante. A medida que me iba aproximando al lugar, el tráfico vehicular se hacía insufrible, lo que como en cualquier otro sitio y por cualquier otro motivo ocurriría, iba corroyendo mi paciencia, tanto, que de mis labios brotaron palabras casi impúdicas. Las filas para el estacionamiento, que para ser justos es de capacidad aceptable, y sobre todo la hilera de gentes serpenteantes para ahorrar longitud, pero de forma que no tengan que interrumpir el paso de los vehículos o ser arrollados por alguno de los que en esa arteria pasan raudos, finalmente determinaron que mi ingreso quede frustrado.
El último día fui aún más precavido y no obstante los mismos obstáculos, me quedó tiempo para disfrutar de títulos de la literatura clásica y de novedades, que de igual manera vi varias en lo cuantitativo y no pocos en cuanto a calidad. Pude comprar uno o dos, pero es innegable que, como lo sostuve antes, pese a que en nuestro país no existe una inclinación a la lectura, la feria anual del libro, tiene la virtud de congregar importante número de gente, ya sea por convicción o imitación, llenando como ningún otro evento ferial sus ambientes; así confirmado por la Cámara Departamental del Libro, según la cual la asistencia superó a la de 2017. Lo cierto es que la variedad de obras literarias para todos los gustos; la participación de varios países exponentes de sus mejores producciones, de la de consagrados escritores extranjeros como la galardonada Laura Esquivel o la ganadora del Premio Alfaguara 2015, Carla Guelfeinbein; de Bernardo Carvalho, ganador del premio más influyente del Brasil, para citar algunos de los que pusieron su rúbrica a significativas cantidades de ejemplares y entre los nacionales leer los títulos del consagrado Edmundo Paz Soldán y las obras de Ramón Rocha Monroy o de Carlos D. Mesa, lograron salpicarme de cultura.
No es que se haya solucionado el déficit de lectura en nuestro país, pero reconforta grandemente ver desfilar significativo número de visitantes a un encuentro con el libro, en un ambiente de fiesta, matizado con espectáculos que iban desde las representaciones histriónicas hasta la degustación de gastronomía variada y que en conjunto hicieron de la FIL 2018 el acontecimiento más importante que se organiza en nuestra ciudad. Presentaciones de obras nuevas, de autores que hacen su debut en la feria, aunque ya les preceda una carrera en el arte de la literatura, como Ignacio Vera de Rada, Rodrigo Villegas y Adrián Nieve con propuestas y tendencias novedosas para la época en el género narrativo y como contertulios del best seller en novela, Dan Wells, enriquecieron a su auditorio con reveladores conceptos, teorías y técnicas de escritura; cada uno con sus propias particularidades.
No fui presencial testigo, pero sé de los emotivos homenajes que se rindió a los insignes Xavier Albó, H.C.F. Mansilla y Teresa Gisbert como parte de una nutrida programación que por eso y mucho más, fue seguramente la más exitosa de sus versiones.
Todo el enfado que sentí y con ello, los dicterios que el día de mi infructuosa visita unas veces emití y otras con furia las pensé, rápidamente se esfumaron porque la XXIII versión de la Feria Internacional del Libro se encargó de cambiar mi talante más allá del solaz de disfrutar las exposiciones, dar un vistazo a las editoriales con nombres de escritores jóvenes especialmente, de la proyección de algún cortometraje, de tablados y candilejas para representaciones teatrales y otras expresiones de arte.
El autor es jurista y escritor.
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