Israel Camacho Monje
Desde hace muchos años no hay autoridad en Bolivia que proteja y defienda los derechos de cientos de indefensos ancianos y ancianas, lo que ha dado lugar a que algunos desnaturalizados hijos e hijas, sin consideración ni piedad, no solo los han agredido verbalmente sino de manera física y hasta los han expulsado de casas construidas con el sacrificio de toda una vida de trabajo. Y lo más grave es que han atentado contra sus vidas, al empujarlos a la mendicidad, que en el fondo supone, por un lado, obligarlos a sobrevivir en la intemperie, sin techo que los proteja de las inclemencias del tiempo y, por el otro, tener que deambular por calles y avenidas. Una vez fatigados y sin fuerzas para seguir arrastrando sus pies, descansan en cualquier puerta de calle, siempre que el dueño de casa antigua o de un edificio moderno lo permita. En caso contrario, será obligado a retirarse por las buenas o las malas, por dar una mala imagen, o porque pretendería tomar el lugar para descanso diario, no solamente para él, sino para otros menesterosos.
Y al medio día, cuando el hambre los acose, volver a levantarse para seguir arrastrando sus pies, por donde el instinto de sobrevivencia los lleve. Y una vez delante de los basureros, buscar hasta el fondo un pedazo de pan duro, y si hay suerte encontrar sobras de comidas. Así como también en los cenizales tan comunes que hay en las laderas o cinturones de las ciudades, y en competencia con los perros callejeros, buscar lo poco que se pueda comer, para seguir sobreviviendo.
Y al anochecer, la pesadilla de siempre, tratar de encontrar una puerta de calle que tenga un corredor que los proteja del frío. Y tan solo tendiendo sobre el suelo, de cemento o tierra, hojas de periódicos pasados o cartones usados, que servirán de colchón, lo suficiente para poder echarse y acurrucarse para dormir, si se puede. Pero por lo general, el cansancio los obliga en la mayor parte de las veces a tener que quedarse en cualquier lugar, dentro o fuera de un supuesto refugio, y pasar a mejor vida.
Mientras tanto, los desnaturalizados hijos e hijas que expulsaron a sus progenitores, repiten -cada vez que algún lejano familiar o vecino les pregunta sobre sus padres- desvergonzadamente que por enfermedades propias de la vejez, han sido enviados a la ciudad de Cochabamba, que tiene un clima favorables para los adultos mayores. Tales hijos e hijas dicen, por supuesto, que mensualmente van a verlos, y que gracias a sus tíos y tías, que también tienen sus casas, sus papis “gracias a Dios, todavía están gozando de la vida”. Y “seguramente se van a alegrar, cuando les digan que ustedes han preguntado por ellos”. Qué lástima causa la actitud de esos desnaturalizados hijos, ¿verdad?
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