El presidente candidato del Estado Plurinacional de Bolivia ha manifestado, en una de sus diarias concentraciones proselitistas, que se debería elaborar una ley contra la mentira. Esta sugerencia, aceptada y alabada por algunos asambleístas del oficialismo, incluso alguno afirmó que debía dársele el tratamiento legislativo como a un grave delito como el asesinato, ha determinado el rechazo y crítica de los organismos de la prensa nacional e incluso internacional como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), por ser un intento para acallar la libertad de expresión.
La mentira está definida en nuestra idioma como: la expresión contraria a lo que se sabe o piensa. Es sinónimo de engaño, fingimiento o faltar a la verdad, pues es una actitud antitética a la verdad, que es la conformidad de las cosas con el concepto que se tiene de ellas o como son ellas.
Todas las personas en virtud de su libertad de pensamiento y expresión tienen su verdad, pero ésta se conforma a través de lo que piensa la mayoría o de lo que la realidad lo establece. Por eso en una controversia jurídica, cada una de las partes tiene su verdad, aunque alguna la disfrace o altere según sus intereses y es la administración de justicia que debe o debería establecer la verdad.
El hecho de elaborar una ley que castigue la mentira resulta un despropósito, pues ¿quién establecería cuál es la verdad?, más aún cuando no existe independencia del Órgano Judicial que está sometido al poder político y aun cuando fuere imparcial –como lo disponen la Constitución y el derecho-, tomaría un tiempo determinar la veracidad o mentira sobre algo.
Lo cierto es que la propuesta arranca de la política populista autoritaria que, como dice la SIP, responde a la molestia de los gobiernos autoritarios cuando la prensa critica sus excesos y corrupción, y pretenden uniformar y acallar la opinión pública, pues el régimen de libertades es contrario al autoritarismo.
La veracidad, como pensamiento y expresión, es un valor. Y los valores son definidos como: “una cualidad superior del espíritu humano, para apreciar o reconocer una cualidad impresa en algo”, y tiene entre sus características la “polaridad”, es decir que como valor genera una idea contraria, un antivalor, así la generosidad tiene al frente el egoísmo y la verdad a la mentira, etc.
Los valores pertenecen al mundo de los objetos ideales y se hacen realidad en la acción humana. En consecuencia cada individuo tiene su propio código ético que pervive en su conciencia, en la intimidad de su ser y sólo se lo percibe con su conducta, es decir sus valores están considerados en las normas éticas, distintas de la normas jurídicas. En consecuencia, proponer legislar sobre la mentira es una pretensión imposible, pues nadie puede ingresar en la intimidad moral de los individuos.
El régimen populista que nos gobierna dos sexenios, en su decurso ha incorporado a la mentira como parte de su política, y sus dos autoridades máximas, como el presidente y vicepresidente, han mentido, el primero en el caso Zapata, afirmando que sí tuvo un hijo, luego que no existió, más tarde afirmando en varias oportunidades que aceptaba la voluntad del pueblo expresada en las urnas el 21F, para luego desconocer ese resultado; el vicepresidente fungiendo como licenciado en Matemáticas, como figura en todos sus documentos y actuaciones, cuando no lo había sido, entre otras actitudes alejadas de la verdad.
La verdad, como valor superior, es apreciada por la colectividad, y tiene como resultado la credibilidad, de la que carecen los principales políticos que nos gobiernan. Ya lo sentenció alguien: “la verdad nos hace libres”.
El autor es abogado y politólogo.
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