El abandono de bebés en La Paz y El Alto, los infanticidios múltiples, violaciones y otros abusos contra niños y adolescentes se han convertido en el pan de cada día de nuestra sociedad, desnudando la relajación moral y la pérdida de las buenas costumbres que nos caracterizaba en el pasado. El embarazo prematuro de las adolescentes es el más notorio, que origina el abandono de niños de corta edad o recién nacidos. La adolescencia no solo es transición sino inmadurez, de ahí que el matrimonio a temprana edad es potencialmente inestabilidad y disolución.
En el primer semestre de 2018 la Alcaldía Municipal recibió denuncias de 4.856 casos de violencia física, psicológica a menores, mujeres y personas de la tercera edad, de los cuales 70% corresponde a los primeros y el 30% a mujeres y ancianos. En días recientes en La Paz 3 niños fueron abandonados: se encontró uno en el interior de un contenedor -muestra del desprecio por la vida y de conducta contra natura-, el segundo en la calle y una niña discapacitada de 7 años que vagaba por la vía pública. La Paz y El Alto presentaron el semestre pasado 26 niños abandonados por sus progenitores. Potosí ha sido testigo de un triple infanticidio y suicidio frustrado de una madre por efectos de veneno. Dos de los menores habían fallecido.
Deshacerse del producto de sus relaciones sexuales prematuras por las adolescentes y casi niñas, tiene origen en el descuido y falta de vigilancia de madres y padres que omiten su responsabilidad de tales. Si no tienen voluntad de criar bien a sus hijos, la sociedad les agradecería que no los traigan a la vida. Las relaciones prematuras derivan también en riesgosos abortos, donde sea que se los practique.
La escuela y el colegio no pueden ni deben eludir tampoco la responsabilidad que les toca en estos dramáticos desenlaces. Pese a la actual liberalidad de la educación, les atañe el deber de súper vigilancia y control. Deplorablemente son frecuentes los casos denunciados de abusos, vejaciones y hasta violaciones de los propios docentes a sus alumnas y alumnos. El ejemplo constante y constructivo en el hogar y en la escuela es la mejor inculcación de los valores, si desaparece ese ejemplo se atenta contra la simiente de una convivencia humana y civilizada.
En estos aspectos y otros de la vida pública hace falta un rearme moral, asumiendo la conciencia de que el conglomerado social debe dejar su culto a la banalidad, al relajamiento y al aplauso de la liviandad, como si fuera normal en el transcurso del vivir. Es imperioso advertir que un camino como ese nos conducirá al suicidio colectivo más pronto que tarde.
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