Venezuela, el país antes deseado por todos los que aspiraban a mejores condiciones de vida, hoy se ha tornado en expulsor de su población por causa de una debacle económica sin precedentes y por la intolerancia política de su Gobierno. Es el primer éxodo masivo que experimenta América históricamente, en una cuantía que solo rivaliza con el similar fenómeno que sufre Siria por motivos bélicos.
El desastre financiero, político y social de Venezuela se origina, entre otros, en el derroche de sus ahora desfallecientes ingresos petroleros (el 96% de su economía se debe al hidrocarburo); derroche en parte volcado a la expansión del “Socialismo del Siglo XXI” y a las consignas del Foro de San Pablo, Brasil. El plan “Evo cumple” fue uno de sus mejores favorecidos, aunque luego Venezuela nos pasó la factura de la deuda. La dictadura de Nicolás Maduro es, además, fuente de una enorme corrupción junto a las mayores del mundo, protagonizada por círculos cercanos al autócrata.
La miseria, la escasez, la falta de trabajo y el abuso del poder levantó la voz liberadora del pueblo, ofrendando más de 300 vidas -vidas mayormente jóvenes y valerosas-, en especial a lo largo de 2017, pero la implacable represión de fuerzas policiales y mercenarios solventados por el Gobierno impidieron sacudir el yugo que oprime al pueblo hermano.
La inflación progresiva no tiene límite en el millón por ciento al presente y los salarios, pese a los 34 incrementos dispuestos, carecen de poder adquisitivo y aunque lo tuvieran por magia, en los mercados son pocos y racionados los alimentos disponibles. El mercado negro hace su parte atenazando más la situación. No se puede hacer mucho en un país cuyo salario tipo llega solo a los 30 dólares mensuales, en un común nivel con Cuba. Los hospitales carecen de medicinas para las atenciones más elementales y los crecientes decesos recurren al cartón como ataúdes. El reajuste de los impuestos ha liquidado la actividad económica y la industria debe su desaparición a la política anticapitalista de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. El régimen tiene el cinismo de dar a sus desacertadas medidas el título de “recuperación económica y prosperidad”.
Este cúmulo de padecimientos ha provocado el éxodo de unos 2 millones de personas en búsqueda de sustento y trabajo, sin importar cuál pueda ser éste. Colombia lidera la acogida de 1 millón de venezolanos, Perú alberga hasta el momento 450.000 y el Ecuador también recibe contingentes de refugiados. La comunidad Andina de Naciones (CAN) ha suscrito un convenio de asilo y puertas abiertas, con excepción de Bolivia, por no ser destino escogido, presumiblemente por razones políticas y porque pese a los aspavientos internos de riqueza del Gobierno, se nos sigue considerando país pobre, lo que no es un exceso, pero tampoco motivo de complejo. Brasil negó oficialmente el cierre de su frontera con Venezuela y en cambio manifiesta su disposición de recibir hasta 200 personas por día, como lo viene haciendo. La CAN reitera su solidaridad y facilitación de lo necesario a los forzados inmigrantes.
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