La espada en la palabra
Un político se mide en función de la cualidad temporal de su obra o, en otras palabras, de acuerdo con la duración de sus ejecuciones. Lo mismo puede decirse de un partido político y de un modelo de Estado. Un hombre de Estado es ejemplar, un partido político glorioso y un modelo estatal histórico no porque se atornillan en el poder, como para dar a entender que lo bueno tiene relación con lo largo (en el tiempo en el mando), sino porque dejan obra imperecedera o porque marcan época.
Puede haber político cuya duración en el mando haya sido corta, pero su fruto delicioso, sencillamente porque supo leer la historia y dar a su sociedad lo que necesitaba; por otra parte, puede haber político cuyo lapso en el gobierno haya sido largo, mas su obra efímera, y no solo efímera sino perjudicial a la larga, simplemente porque su fin era permanecer en el poder y no hacer de éste un medio para alcanzar un fin que está siempre más allá.
Porque hay un tiempo para llegar y otro para salir.
En pocas palabras, lo que hace verdaderamente grande al ejecutor de la política, a ese hombre cuyo oficio debiera ser uno de los más nobles de cuantos existen en la tierra, es la consolidación de algo firme, sin importar cuántos días tuvo que estar sentado en el solio dorado para concebirlo. Soy un fatalista histórico, y creo en la inminencia de los hechos tanto colectivos cuanto individuales, pero, aun así, no puedo dejar de pensar en cuántos proyectos de Estado o nación, grandiosos en su esencia o en un principio, se malograron por un tunante que quiso mantenerse en el poder… ¡Cuántas de esas iniciativas pudieron haber sido buenas o mejores de lo que llegaron a ser!
El paradigma del Estado Plurinacional nació como un proyecto de Estado de largo alcance y, al menos en la mente de sus teóricos, con una propuesta importante desde el punto de vista de la inclusión; negar esto sería pura necedad. Si el presidente Morales hubiese dejado el poder en 2015, se habría consagrado sin duda alguna como uno de los presidentes más significativos de la historia, no obstante los desaciertos que ya ha había cometido su gobierno hasta entonces.
Si los políticos entendieran que la grandeza está en la durabilidad de sus proyectos y no en la durabilidad de sus mandatos, no perecerían tan a menudo en la implacable crítica de las personas ni en la hoguera del fallo de la historia. Lo que deben entender, en este caso, los del Movimiento Al Socialismo (MAS), pero en particular esas cuatro o cinco personas de su cúpula que ahora son las que tienen en sus manos los destinos del país, es que la grandeza o el acierto del proyecto del Estado Plurinacional se medirá en función de la trascendencia que éste tenga en manos ajenas, es decir, en otro gobierno, porque ¿qué gran mérito tiene un proyecto estatal que solamente es cultivado y prorrogado en las manos de quienes lo engendraron o plantaron? ¿No se tendría que medir ese mérito en función de la factibilidad de tal proyecto en manos de otro gobierno?
Los teóricos del Estado Plurinacional, que los hubo ciertamente, decían que era el plurinacionalismo el derrotero para la Bolivia del Siglo XXI, así como los teóricos del nacionalismo revolucionario habían dicho que era la alianza de clases la clave para la Bolivia de la segunda mitad del XX. Bien; está en marcha el proceso hacia la construcción del Estado Plurinacional, como lo estuvo por muchos años el proceso hacia la edificación de la Bolivia nacionalista. Ésta no pudo llegar, y aquél tampoco llegará, pero si bien el nacionalismo revolucionario no consolidó la sociedad boliviana, ¡sí dejó un legado objetivo que por muchos años funcionó en manos que no eran las de los movimientistas!
Esto último es justamente a lo que debe apuntar el MAS con su proyecto que se llamó Estado Plurinacional. Ahí estará la verdadera grandeza, si la tiene, de las mentes que lo concibieron y de los políticos que lo trataron de ejecutar.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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