Alrededor de la personalidad humana depositaria de derechos y libertades naturales, se subsume el Derecho Natural democrático. En la concepción griega de fondo teísta, la persona no sólo es independiente de la concesión del Estado, sino que es el límite de su esfera de acción. Se trata de una interpretación racionalista que cabe dentro del adjetivo “democrático”, fundamento del “Derecho Natural individualista”. La rebelión intelectual de los sofistas antiguos se expresa así: “Dios ha creado libres a todos, la Naturaleza no ha hecho a nadie esclavo”.
A su vez, la filosofía escolástica no es ajena al Derecho Natural en un “sentido democrático”, en cambio el luteranismo por oposición al catolicismo adopta un carácter “autoritario y tradicionalista”. La avalancha demoledora de la Revolución Francesa no podía dejar indemne a la escolástica, tornando a la religión contraria a la soberanía y a los conceptos de la Ilustración. Así, tampoco han faltado quienes se esforzaron por negar que Santo Tomás de Aquino -conciliador de la fe y la razón- se hubiera vinculado a la democracia, personificada como el pueblo de Dios, aunque después del pánico revolucionario el pensamiento católico regresa a los principios democráticos.
Por su parte, el puritanismo aferrado al texto riguroso de la Biblia o exégesis, aporta a la filosofía confesional su reafirmación de la abstención absoluta del Estado con respecto a los individuos. Esta impronta se refleja en el nacimiento de los Estados Unidos, garantizando el carácter independiente de la persona y del mercado respecto a una regimentación estatal. Asimismo, los puritanos se asientan sobre la “voluntad divina para sellar el pactum subjetionis entre el pueblo y el príncipe”. La influencia puritana se remonta a la Revolución inglesa de los “independientes” del Siglo XVII, predecesora del liberalismo de la Revolución Francesa. De hecho, esto gira también junto al Derecho Natural de modo que siguiendo esta línea maestra Locke, Hobbes y otros pensadores concretan la doctrina liberal racionalista. Sin embargo, no se debe perder de vista las palabras de Jesús: “Dar al rey lo que es del rey y a Dios lo que es de Dios”.
Influjos como estos hacen ver al liberalismo como una “religiosidad secularizada” que derivó sin tapujos en la “diosa Razón”, culto de los jacobinos franceses de 1789. Enseguida del racionalismo calvinista de Rousseau y Kant -sostenedores de la “autonomía de la personalidad humana”- sobreviene la tesis de Montesquieu de la división de poderes y la soberanía del pueblo como supremo protagonista de las decisiones políticas. Irrumpe, pues, “la democracia de masas”, sin perjuicio de endilgar al ginebrino el mote de “antiliberal”. Ahora bien, todos ostentan por base ideológica el pacto social y el estado de naturaleza.
El individualismo democrático encuentra el espaldarazo de la metafísica renacentista al desplazar “el centro de gravedad del conocimiento del universo a la mente humana”, relegando el hálito divino como fuente de luz esclarecedora, gravitación que concibe al “hombre como medida de todas las cosas”. De esta suerte el individualismo adquiere un nivel filosófico subjetivo y en esa misma corriente Kant plantea el “orden natural” de las cosas, sujeto a sus propias leyes y principios. El individuo no tiene otra alternativa que vivir conforme a la naturaleza, supuesto del que se extrae el laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) económico y político.
Estos enfoques tienen derivaciones poco tranquilizadoras. El Estado de Derecho es romántico e ideal, en este sentido. El romanticismo puede engendra fuerzas peligrosas e indeseables más bien opuestas al Estado de Derecho. En un extremo la democracia puede llevar a la rebelión, tildando a la autoridad de tiránica y despótica mientras reniega de las leyes y ensalza las virtudes del pueblo, a la par de alabar a los conspiradores y agitadores sin reparo alguno de que “tarde o temprano se hará sentir en medio de hechos dolorosos y sangrientos en la vida pública de los pueblos” (E. Vegas Latapié). Para otros, dicha panorámica es la cara opuesta del Estado de derecho.
Si se me permite una digresión, el MAS, proclamador y declamador de la democracia, no percibe que, al hacerlo, se identifica con la doctrina liberal-individualista sin la cual la democracia es inconcebible, dejando atrás su social-populismo.
El autor se reserva la bibliografía.
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