Toda asunción al gobierno, sea constitucionalmente o de regímenes dictatoriales como hubo en el pasado, implicó una declaración: “se observará austeridad en los gastos”. La realidad ha mostrado que todo está inmerso en los amplios campos del populismo y la demagogia, justificados con las palabras: “circunstancia, momentáneo, inútil, fuera de conciencia para cumplir, etc.”. Así, cuando el actual gobierno asumió el mando de la nación, uno de sus mayores propósitos -expresado especialmente por sus ministros de economía y finanzas- fue que se observará políticas muy estrictas en el campo de la austeridad en gastos; se dijo, con mucho énfasis, que el gobierno se atendría a las posibilidades y que no habrá gastos mayores a los estrictamente necesarios.
El propósito -solo creíble para niños- fue aplaudido por la colectividad; pero por la condonación de deudas, realizada por organismos internacionales y países amigos, debido a trámites y compromisos logrados por anteriores gobiernos, el régimen contó con mucho dinero y, además, los altos precios internacionales del gas, minerales y materias primas dieron réditos muy grandes que enriquecieron a las arcas nacionales. Esa situación fue más que suficiente para que “se gaste a manos llenas, se olvide la institucionalidad y, aun sin proponérselo el gobierno, surjan nuevos ricos y propietarios debido a un trabajo honesto y responsable” que, innegablemente, aparecieron ante el Presidente y su equipo de ministros. Por todo ello, durante doce años lo que menos se ha hecho es ser austeros en el campo de los gastos, que han demandado especialmente los excesivos viajes.
Presidente y Vicepresidente, ministros de Estado, miembros del Legislativo y comisiones especiales han viajado al extranjero con cualquier motivo, sin que, a su retorno, alguno de ellos haya rendido cuentas y haya informado con el mayor detalle sobre los resultados de los interesantes y costosos periplos realizados; informes que, por supuesto, no se ha conocido en los dos sexenios pasados. Lo grave es que, pasado el tiempo de auge financiero, se repiten las “hazañas” de viajes, ignorando a nuestros embajadores y se envía comisiones especiales para tratativas de cualquier clase.
Cabría preguntar: ¿Qué labor desempeñan nuestras embajadas? ¿Es que no deben atender los asuntos del país conforme a instrucciones precisas de la Cancillería? ¿Cómo y en qué colaboran con los “enviados o comisiones especiales”? Hay casos, efectivamente, como es el de ministros que deben cumplir misiones ante organismos como son el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en que se necesita la presencia de ministros entendidos en economía. Estos casos no pueden ser objetados porque, se entiende, implicarían beneficios para el país.
Tanto el Ejecutivo como el Legislativo tienen que comprender que la austeridad pedida muchas veces al pueblo, muy especialmente tiene que ser cumplida por ellos; de otro modo, se practicaría la “ley del embudo”, que es amplia en sacrificios, esfuerzos y privaciones para el pueblo, pero, eso sí, muy amplia y agrandada para las autoridades en cuestión de viajes y gastos. Pero todo muestra que el pueblo debe tener consideración por el país y no el gobierno porque decide “lo que cree conveniente para sus intereses”.
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