Cuánta angustia, dolor y preocupación se refleja en quien no tiene empleo, un trabajo que le permita ganar el sustento diario para la familia, percibir dinero con el esfuerzo propio y que le sirva para atender las necesidades diarias; cuánta ilusión hay en quien ha conseguido, luego de largas esperas, búsquedas y decepciones, una situación en que pueda percibir un sueldo, por bajo que sea, que le permita mostrarse ante la esposa y los hijos como persona útil, que ha conseguido un trabajo al que dedicará esfuerzo para recibir el salario o sueldo.
Estas situaciones se viven a diario en el país por la carencia de empleo, de un trabajo seguro que permita contar con ingresos para el mantenimiento de la familia; percibir un sueldo que aleje de uno la vergüenza de buscar mucho y no conseguir nada, el dolor de recibir siempre la misma respuesta de que no hay trabajo y que, al contrario, hay proyectos en la empresa para disminuir personal. La pobreza cala hondo en nuestro país, cala tan hondo que parece que el gobierno querría “ver el fondo hasta donde llega la piedra cuando se la tira desde la superficie” antes de ver, sopesar, medir los estragos que causa el desempleo; las angustias contenidas de miembros de un hogar en que, en la mayor parte, se “cubren” con la comprensión y ayuda de la familia; pero, sabiendo que esto no puede perdurar, no puede ser permanente.
Hay una ley de inversiones, aún sin el reglamento debido y menos las garantías jurídicas precisas; pero, como contraparte, hay peligros si alguien quiere acogerse a esa ley porque están siempre latentes las amenazas de nacionalizaciones, estatizaciones o confiscaciones o quiebras por diversos motivos; hay, pues, inquietud e inestabilidad, desconfianza y desesperanza de que esa ley tenga resultados, que su aplicación empiece a prosperar y rendir fruto. Todo ello, de concretarse, tardará, demorará mucho porque cualquier inversión financiera, tecnológica o humana, no rinde frutos de inmediato porque es preciso que el inversionista pase por cumplir varios pasos a darse: trámites, confrontación de seguridades jurídicas, ver en qué, cómo y cuánto se invertirá, examinar los mercados internos y las posibilidades de exportación viendo hasta qué punto se puede ser competitivos e ingresar en mercados foráneos; aparte de todo ello, establecer con qué personal trabajará la inversión humana que se contrate porque es preciso entrenar, capacitar, comprobar habilidades, posibilidades y rendimientos de personas a contratarse; en fin, lo que se debe cumplir es variado, complicado y moroso.
Lo importante, ahora, en lo inmediato, es entender que la pobreza no se vence con gran facilidad; se la vence con mucho esfuerzo, disciplina, dedicación, valentía y conciencia de que la pobreza, como mal endémico de todo tiempo de la humanidad, es fuerte, dura, indolente, incapaz de “sentir” el dolor o el sufrimiento humano; la pobreza es fenómeno insensible y más dura que una roca con siglos de eternidad. La pobreza puede ser vencida con acciones combinadas entre las autoridades de gobierno, la empresa privada y la voluntad y coraje de los trabajadores; puede ser vencida con fuertes inversiones que, además, no paren nunca porque cualquier inversión inicial tiene derivaciones que soporten o sostengan al primer intento y solamente voluntades, propósitos y emprendimientos solidarios y mancomunados entre todos, pueden facilitar que la lucha termine con resultados positivos.
Entretanto, el desempleado se ve obligado a “trabajar donde sea y como sea”. Muchas veces se presenta la ocasión sólo en la economía informal, que generalmente tiene sus fortalezas en el contrabando o en las ofertas del narcotráfico, enemigo de la humanidad que tiene formas de trabajo ocasional momentáneo, difícil, nocivo para la salud y la vida. La carencia de empleo tiene, muchas veces, consecuencias como la derivación del desocupado en el alcohol, el juego, las drogas y, finalmente, la delincuencia; pero, especialmente, el no trabajar ocasiona la desmembración del hogar que a su vez, deriva en el abandono de los hijos y hasta llegar a extremos como el suicidio. No trabajar es no integrar a la familia, no atender debida y oportunamente a los hijos, no vislumbrar mejores condiciones de vida y es descuido permanente de los bienes de la educación y la salud.
El gobierno tiene que tomar conciencia del desempleo e imprimir los correctivos precisos a su gestión, especialmente dando lugar a que la empresa privada crezca y mejore situaciones que den lugar a la contratación de más personal mediante la ampliación de sus instalaciones y producción. Debería, en aras de un servicio integral, traspasar las empresas públicas que son deficitarias, hacerlo con la seguridad de que siendo manejadas por el sector privado, cambiará su trabajo, producción y rendimientos financieros que, a su vez, impliquen contratación de más empleados y obreros. No cabe hablar de corregir la economía y hacerlo sin inversiones que generen riqueza y empleo; no se puede hablar de desarrollo sin trabajo y producción, sin ampliar el rubro de exportaciones con libertad en su accionar. No es posible sostener crecimiento sin aumentar el desarrollo y éste no se concretará sin medidas que impliquen, directamente, respeto y consideración por los derechos humanos cuya primacía debería ser vivir en libertad con trabajo y buenas condiciones de vida; con justicia y posibilidades de mejorar la vida, cuantitativa y cualitativamente, abarcando mejoras sustanciales en atención de la salud y la educación.
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