José Carlos García Fajardo
No todo lo que acontece es malo. Con las pruebas, llegan los medios para alzarse contra ellas y ponerlas al servicio de una convivencia más solidaria. La globalización no es mala. La correcta utilización de las nuevas tecnologías hace al mundo más abarcable.
Es posible luchar entre todos por unas sociedades más equilibradas, con desarrollos endógenos, sostenibles, equilibrados y globales que no tienen por qué imitar peligrosamente el modelo de desarrollo de un capitalismo salvaje promovido por una gestión perversa del mercado, de las riquezas humanas y materiales. Sus frutos los vemos: desertización creciente de extensas áreas del planeta, hambre para miles de millones de personas que podrían abastecerse a sí mismas con economías alternativas, con cuidados sanitarios elementales que pueden proporcionar las nuevas conquistas científicas, con una educación básica para todos a fin de que puedan ejercer sus derechos sociales.
En lugar de esta válvula de seguridad para que los pueblos puedan crecer y desarrollarse de acuerdo con sus concepciones y sus culturas, padecemos un imperialismo imperante, un despotismo absolutista, un crecimiento desenfrenado de armamentos y una expansión de carreras nucleares, de narcotráfico y del crimen organizado más terribles que cualquier otra forma de terrorismo, pues esta nueva plaga amenaza a la humanidad entera.
De ahí, el grito ensordecedor: no a la guerra, no a la carrera armamentista, no a los paraísos fiscales, no al consumismo desorbitado, no a la explotación de las riquezas materiales y humanas de los pueblos empobrecidos del Sur. No a esta locura colectiva promovida por gigantes sin entrañas, pero movidos por el instinto criminal de las grandes hecatombes de la historia.
Mirando hacia atrás, se aprende. Y lo que hoy nos parece inconcebible, como los totalitarismos y despotismos que asolaron la humanidad en diversas épocas, tuvieron su origen en pequeños grupos de iluminados que se creyeron el centro del mundo, poseídos por una pretendida ideología propia de “pueblos elegidos”. Esos fundamentalismos fracasaron, pero sus víctimas siempre fueron los más débiles, los inocentes, los ancianos, los enfermos, los niños y la naturaleza inerme.
No es posible callarnos, no podemos permanecer en silencio ante tambores de guerra que amenazan nuestra supervivencia. No a la guerra. No a la horda siniestra para apoderarse de las riquezas energéticas de otros pueblos.
La sociedad civil se alza para que nuestros gobernantes se sustraigan a la fascinación de esta nueva Medusa de mil sierpes. El pueblo no quiere la guerra, la sociedad tiene derecho a retirar a sus hijos de los ejércitos, a pedirles que abandonen las armas, a encabezar una insumisión activa pues queremos la paz como fruto de la justicia, la concordia entre todos los pueblos, una redistribución más equitativa de las riquezas, el reconocimiento público de que las deudas externas ya están pagadas e implementar las reparaciones debidas a pueblos saqueados durante siglos para construir el desarrollo de los pueblos enriquecidos del norte. Ni ayuda ni limosna ni soborno: más justicia social y más clarividencia para erradicar el malestar creciente de los pueblos que lo ven convertido en ira, y la expresan como pueden.
La onda de David, cuando se trata de la supervivencia de los pueblos, adopta formas muy diversas. El Goliat a derribar no puede dictar su voluntad de exterminio. Cuando padecen los débiles, son justas la rebeldía, la resistencia y aun la muerte del tirano responsable de tanta desdicha.
Es lógica la resistencia activa: no pagar los impuestos que sufragan esas guerras y arrojar las armas antes que emplearlas en un combate que no es de legítima defensa. Nada tenemos que perder y todo por ganar para construir juntos una sociedad más solidaria.
Y si la sociedad civil no se encuentra adecuadamente representada por sus gobernantes, tendrá que inventar nuevas formas de convivencia. Como hizo en el pasado. Pues la fuerza es justa cuando es necesaria, sobre todo para evitar una hecatombe de incalculables consecuencias.
Si la noche encierra al mediodía, es posible la esperanza para construir otro mundo posible porque es necesario.
El autor es Profesor Emérito U.C.M.
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