La espada en la palabra
A mí la palabra feminismo me causa una suerte de desconcierto porque, usando la razón y toda la lógica de que soy capaz, todavía no la logro alcanzar completamente. No es una palabra esotérica, ciertamente, pero su aplicación a la realidad sí se mantiene en un lugar oculto o en una ambigüedad muy particular. Por lo que he ido indagando el asunto, tiene dentro de su seno disidencias que se muestran en facciones, unas más radicales que otras y unas más desquiciadas que otras, al igual que sucedió en el partido de los bolcheviques. Es una ola furiosa que pretende barrer el orden, eso sí lo sé. Tiene relación, de esto tampoco cabe duda, con el vanguardismo social y todas las tendencias radicales de la izquierda como el marxismo, el anarquismo y el liberalismo malogrado. No se puede entender el feminismo sin la correlación de anarquía social con izquierdismo.
He escuchado ya muchas críticas que se hace al feminismo; se dice que es una tendencia que afirma, implícitamente, la inferioridad de la mujer; se dice que es una línea política que trata de hacer menos al varón y hasta de eliminarlo; se dice que es una tentativa resentida de instaurar un quiebre entre hombres y féminas; pero esas críticas, por haberlas ya leído mucho, no me impresionan ni satisfacen. Quiero entender el feminismo y criticarlo desde puntos de vista más profundos.
Partamos de una premisa básica: no todos los seres humanos que poblamos el mundo somos iguales, decir lo contrario está bien para el discurso romántico que se lee en los foros internacionales. Y es que hay tontos e inteligentes, necios y avispados, desprendidos y egoístas y, por fin, buenos y malos. Es en función de esas diferencias que se consigue los éxitos personales. Por razones de psicología evolucionista la mujer es más cooperativa y el hombre más competitivo. Pero me dirán “¿Cómo pudo haberse la mujer superado, habiendo estado excluida tantos siglos de la educación, por dar un ejemplo?”. Yo respondo que ahí hay ejemplos como Hannah Arendt y Madame Curie, y sin ir demasiado lejos, ahí tenéis a Wendy McElroy y Camille Paglia, que son mujeres que por su trayectoria y por su vida constituyen los más altos dechados de superación, y que yo sepa jamás levantaron ninguna bandera feminista para ejemplificarlo, porque sus vidas ya eran más que un ejemplo. En esas vidas se demuestra que al poder y a las estructuras opresoras se los enfrenta a fuerza de pura inteligencia y espíritu y no con la desnudez paseándose por las calles.
La respetabilidad y la credibilidad que se gana una mujer inteligente son tan inmensas que la sola mirada de ella causa sumisión al macho. No todas pueden llegar a ello, como no todos los varones son geniales ni virtuosos. ¿Qué digo con esto? Que solamente algunos seres humanos son dignos de ser admirados. El respeto se lo gana con el tiempo, el esfuerzo y el trabajo; lo que se gana en las calles siempre termina siendo efímero.
Hay grupos feministas radicales que plantean que haya en el gobierno un presupuesto para la mujer y que los varones son potenciales violadores. Son ya extremos, pero incluso las posiciones no tan extremas son impracticables y espantosas desde el punto de vista de la ética (que es una institución que no puede ser relativizada). Este posmodernismo terrible y este feminismo agresivo se han guiñado el ojo para entenderse y hacer creer a la sociedad que todo lo que vivimos está mal. Ese feminismo hace ver el problema social como una cuestión de géneros, pero como dice la española María Blanco en su libro Afrodita desenmascarada, la cuestión es de psicología y mentalidad; todos somos verdugos y todos somos víctimas en este asunto.
Comparto con María Blanco una cosa más: el feminismo debe ser tomado por el liberalismo y despojado al izquierdismo. El liberalismo basta porque nos hace libres sin enfrentar sexos y elimina a cualquier perverso misógino.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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