A través de esta columna, en reiteradas veces apoyé y lo haré, toda reivindicación laboral e iniciativa de contribuir al mejoramiento del sistema de salud, por parte de los mismos profesionales del área. Las movilizaciones de finales del pasado año han sido decisivas y plausibles para la derogatoria de una ley que adolecía de muchas fallas; al mismo tiempo que, como gran parte de la ciudadanía, reconocí que ese sector adolece de muchas deficiencias en parte atribuibles a los mismos profesionales, derivadas de malas praxis, ejercicio ilegal en especialidades en las que no han tenido una formación académica y negligencia, especialmente.
Poco se habla sin embargo de los estudiantes que están en formación, respecto de los que hay que decir las cosas por su nombre: llegar al sexto año de una carrera sin duda fatigosa, intensa y por ello meritoria, más aún si hablamos de la UMSA, constituyese en la última etapa de su formación en que el interno que llega a los hospitales de la seguridad social o públicos para esos doce meses últimos, lo hace desconociendo las humillaciones y rebajamiento a que han de ser sometidos por los médicos especialistas y por los mismos residentes.
Todos los que cumplen su internado rotatorio (única forma de graduación en medicina) lo han hecho con un costo alto, y no se exagera si decimos que al llegar al Paraninfo de la UMSA, tratándose de egresados de la Universidad estatal o de sus pares en el interior, y recibir su título de médico, queda latente aún el luctuoso recuerdo de las tropelías, violencia psicológica, estrés, depresión y otras agresiones a la dignidad, ocasionados por sus doctores.
Me puse a pensar en las movilizaciones de hace algunos años del Colegio Médico de La Paz, para oponerse firmemente a la ampliación del horario de trabajo a ocho horas como cualquier otro trabajador. La razón principal –según ellos, para rechazar ese intento del gobierno- fue que un médico no puede rendir con idoneidad por más de seis horas. Tengo mis serias dudas al respecto, porque casi todos ellos luego de su servicio en las Cajas de salud o en los hospitales públicos, prestan atención privada en clínicas o consultorios. Pero sobre lo que no tengo vacilaciones, es sobre el abuso que supone que los internos que no tienen aún un entrenamiento ni experiencia requeridos para el ejercicio de la medicina, deban prestar su servicio diario y asumir turnos inmediatos que sumadas, sobrepasan holgadamente las 24 horas ininterrumpidas, sometiéndolos a una deshabituación inhumana del sueño, mientras sus “supervisores” duermen plácidamente.
Una sociedad civilizada no puede aceptar que quizá la más noble de las profesiones deba ser alcanzada con costo de estados severos de depresión y ansiedad, por causa de esa especie de “infierno” que deben sufrir en la que tendría que ser la etapa más grata para quien ha acumulado conocimientos teóricos durante varios años. Y es que los médicos que los supervisan, se encargan de hacer una pesadilla que los infortunados estudiantes no pueden denunciar, sin riesgo de ser objeto de represalias, castigos degradantes y en casos, no raros, de renuncia definitiva a su ideal de ser médico. Los gritos en público de que son objeto son moneda corriente en los hospitales. Nadie me lo contó. Lo pude comprobar con indignación en la Sala de Emergencias del Hospital Obrero.
Indigna saber que esa manera de preparación del futuro profesional es práctica habitual, no solo en el país, lo que no puede justificar tan inmoderada costumbre de los médicos, porque los internos están en los nosocomios para refrendar con la práctica todos sus conocimientos en la teoría, pero en condiciones de respeto, consideración y derechos que les otorgan la Constitución y demás leyes.
El autor es jurista y escritor.
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