La difamación es común y corriente. No es cosa del otro mundo. Difama el hombre santo y la mujer pecadora. Pero aquella actitud es más notoria en la actividad política, porque se lo asume mediante masivos medios de comunicación. Y con descaro.
En consecuencia: en nuestro mundo político abundan los hechos de índole difamatorio y escasean, de veras, las ideas, que contribuyan al cambio progresivo, de la realidad nacional.
La historia Patria está plagada de aquellas expresiones innobles. Ellas van y vienen. No se detienen en dictadura ni en democracia. Surgen de la izquierda a la derecha o viceversa. Y el pueblo, protagonista de la historia, ve atónito tales hechos, que empañaron siempre la imagen del país, en el contexto americano.
En nuestro mundo político ni el más honesto y transparente hombre público se pudo salvar de la difamación, vertida, como bien sabemos, con lengua viperina, por elementos descalificados. Por éstos que cuidan su supuesta reputación. Y con casos de esta naturaleza tan solo buscaron perjudicar, anular y destruir, a quienes avanzaban, libres de toda culpa. Ello ha ocurrido desde que Bolivia surgió a la vida libre, independiente y soberana.
Acá uno de tantos ejemplos: a Víctor Paz Estenssoro le salpicó la difamación, mucho antes que fuera dignatario de Estado, en plena sesión parlamentaria. Fue el diputado Gustavo Navarro, conocido como Tristán Marof, en los círculos intelectuales, quien le lanzó el epíteto de nazi. “Usted es nazi… usted es agente nazi” (1), le reiteró el legislador chuquisaqueño.
Muchos otros, como Paz Estenssoro, difamados, ante la historia y los hombres, por sus adversarios, con o sin motivo, cumplieron, de una u otra manera, con la misión de servicio a la Patria. Y con el deber cumplido, se marcharon.
Obviamente que los resabios de la difamación no van a compartir con esta apreciación que se manifiesta luego de muchas y serias reflexiones. Éstos sustentan un criterio distorsionado de la imagen y de los ideales políticos que generaron aquellos por el bien común. Sus inquietudes giraban, siempre, en torno a los supremos intereses nacionales. Y la búsqueda, en particular, de un futuro promisorio, para la humanidad.
La difamación, por lo visto, tuvo un rol protagónico, hoy como ayer. Por consiguiente: goza aún de un sitial preferente.
En suma: la difamación, propalada por gente inescrupulosa e interesada, es nociva, en absoluto.
(1) Juan Quirós: “La raíz y las hojas”. Ediciones Buri – Ball, La Paz – Bolivia, 1956. Pág. 115.
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