“Con toda modestia, con toda humildad le digo a mi pueblo que tiene su salida al mar”. De ese modo, Guillermo Gutiérrez Vea Murguía -embajador boliviano en Chile– expresaba a los periodistas la situación de la negociación de Charaña. La declaración se daba durante su arribo a La Paz el 20 de diciembre de 1975, cuando en Bolivia se conocía muy poco de los avances de la negociación. Sólo se contaba con la información brindada en la campaña publicitaria preparada por el gobierno boliviano, en la cual se afirmaba que Bolivia pronto contaría con sus propias playas sobre el océano Pacífico. Como era de suponer, la afirmación del Embajador -sumada a la campaña publicitaria- generó un ambiente de optimismo desmedido en la ciudadanía boliviana. Fue grande la desilusión cuando fueron conocidos los términos reales de la negociación que, finalmente, harían que la solución al enclaustramiento no llegara.
Es importante recordar ese episodio de la historia y la lección obtenida para mantener siempre la prudencia en todo tema referente al mar. Ello se hace imprescindible en la actualidad, cuando faltan pocos días para conocer el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la demanda marítima. Además, la mesura no sólo debe darse antes del fallo, sino que también luego del mismo. Esta advertencia es válida considerando que, a diferencia de 1975, el resultado en La Haya -cualquiera sea- no solucionará por sí mismo el enclaustramiento boliviano.
En el caso de obtenerse un fallo favorable para Bolivia –que manifieste expresamente la obligación que tiene Chile de negociar una salida soberana al mar- se contará con un argumento jurídico para retomar las negociaciones que lleven a dar término con el centenario enclaustramiento geográfico. Mas, no solucionará inmediatamente esta cuestión, sino que dependerá de las negociaciones que sean entabladas. Por otro lado, un fallo adverso para el país -cualquiera que no mencione tres elementos clave: obligación, negociación y soberanía- privará a Bolivia de contar con un respaldo jurídico en futuras negociaciones, empero no significará el final de la causa marítima. La solución estará sujeta a retomar las negociaciones con Chile para alcanzar una solución definitiva al tema pendiente entre ambos países.
Como se puede notar, más allá de una victoria o revés moral en el camino al Pacífico, eventualmente se deberá retomar las negociaciones con el país del Mapocho. Es cierto, el fallo puede facilitar o dificultar el establecimiento de las mismas, pero la solución al enclaustramiento geográfico dependerá de otros aspectos como son la estrategia de negociación y el personal que la llevará a cabo. Se debe prestar especial atención a ambos puntos. Respecto a la estrategia de negociación, es menester que sea producto de análisis y estudios realizados con la mayor rigurosidad científica, dejando de lado la improvisación. Para ello y para llevar a cabo las negociaciones, se hace urgente contar con profesionales capacitados que conozcan del tema a profundidad. El conocimiento del asunto es de suma importancia, pues las aproximaciones anteriores entre Bolivia y Chile para solucionar el tema pendiente dejaron lecciones que pueden ayudar a alcanzar una conclusión definitiva al diferendo en una nueva negociación.
En conclusión, pase lo que pase en La Haya, debe dejarse de lado los festejos o lamentos desproporcionados. El tiempo se encargará de premiar o condenar a los impulsores de la demanda en La Haya. Lo que corresponde es mantener la prudencia en cualquiera de los escenarios. Si el fallo es favorable, se sumará el respaldo jurídico a los argumentos político, histórico y económico que se encuentran detrás de la causa marítima. Si, por el contrario, el resultado es adverso, aún se contará con los otros argumentos, que por sí mismos son suficientes para retomar las negociaciones. Lo imperativo es continuar trabajando para finalmente dar solución al enclaustramiento geográfico.
El autor es economista, catedrático y diplomático de carrera.
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