Este tema, que a primera vista parece concitar sólo un interés histórico, resulta muy importante porque nos pone sobre la pista de los anhelos y prejuicios populares que el Movimiento Nacionalista Revolucionario supo utilizar y canalizar hábilmente para la conquista del poder. Muchos de estos factores han permanecido vigentes hasta hoy, sobre todo ahora que se percibe un claro renacimiento de consignas nacionalistas y populistas provenientes de sectores sociales mal informados, pero motivados por emociones del subconsciente colectivo.
En los periodos 1940-1943 y 1946-1951 los partidos y las élites tradicionales intentaron por última vez modernizar las actuaciones políticas, dando más peso al Poder Legislativo, iniciando tímidos pasos para afianzar el Estado de Derecho y estableciendo una cultura política liberal-democrática. Estos esfuerzos no tuvieron éxito porque precisamente una genuina cultura liberal-democrática nunca había echado raíces duraderas en la sociedad boliviana y era considerada como extraña y hasta extranjera por la mayoría de la población. Esta cultura liberal-democrática fue combatida ferozmente por el nacionalismo revolucionario. El MNR, fundado en 1941, estaba imbuido del espíritu totalitario de su época. La lucha contra la “oligarquía minero-feudal” encubrió eficazmente el hecho de que este partido detestaba la democracia en todas sus formas y, en el fondo, representaba la tradición autoritaria, centralista y colectivista de la Bolivia profunda, tradición muy arraigada en las clases medias y bajas, en el ámbito rural y las ciudades pequeñas y en todos los grupos sociales que habían permanecido secularmente aislados del mundo exterior.
Los dirigentes del MNR conformaban una contra-élite deseosa de ascenso social y económico; provenían de los estratos medios del interior del país, estratos que durante siglos se habían sentido discriminados por los miembros de las viejas élites a la hora de ocupar posiciones en la administración del Estado. El nacionalismo del MNR era, en el fondo, una renovación del clásico espíritu centralista, autoritario y anticosmopolita que predominaba en el país, sazonado por tonos fascistas que estaban en boga. Después de 1985, cuando el MNR parecía encarnar una corriente modernizante y abierta a la globalización liberal, a sus adherentes no les gustaba para nada que se les recuerde el pasado del partido. Justamente por ello es conveniente mencionar que sus fundadores, reunidos alrededor del periódico LA CALLE, propiciaron una ideología violentamente antisemita, decididamente pro-nazi y adversa a la democracia pluralista y a la economía liberal.
Al asumir el gobierno en 1952 el MNR dio paso a una constelación muy común en casi todo el Tercer Mundo. La opinión pública nacionalista, populista y anti-imperialista asoció la democracia liberal y el Estado de Derecho con el régimen presuntamente “oligárquico, antinacional y antipopular” que fue derribado en abril de 1952. En el plano cultural y político esta corriente desarrollista-nacionalista promovió un renacimiento de prácticas autoritarias y el fortalecimiento de un Estado omnipresente y centralizado. En nombre del desarrollo acelerado se reavivaron las tradiciones del autoritarismo y centralismo, las formas dictatoriales de manejar “recursos humanos” y las viejas prácticas del prebendalismo y el clientelismo en sus formas más crudas. Todo esto fue percibido por una parte considerable de la opinión pública como un sano retorno a la propia herencia nacional, a los saberes populares de cómo hacer política y a los modelos ancestrales de reclutamiento de personal y también como un necesario rechazo a los sistemas “foráneos” y “cosmopolitas” del imperialismo capitalista. Recién a partir de 1985 el mismo MNR hizo algunos esfuerzos por desterrar toda esta tradición socio-cultural tan profundamente arraigada.
En los periodos 1943-1946 y 1952-1964 uno de los mayores éxitos del MNR consistió en un fortalecimiento técnico-administrativo de las prácticas convencionales. La herencia burocrática, la propensión a la corrupción y los hábitos policiales represivos resultaron rejuvenecidos de un modo sorprendente. Como escribió Huáscar Cajías, la policía política del MNR sistematizó “lo que antes estaba disperso; introdujo orden en la anarquía represiva; tornó continuo, permanente, lo que antes era accidental y momentáneo; adjuntó a las palizas tradicionales, primitivas y temperamentales, los aportes de la ciencia moderna, para lo cual construyó un estado mayor eficiente e idóneo”. Para el ciudadano común y corriente disminuyó el Estado de Derecho debido al incremento de la arbitrariedad policial y al fuerte aumento de la burocracia estatal. El MNR se destacó por multiplicar, complicar y encarecer los trámites destinados al público, fenómeno que ha pervivido más de medio siglo.
En la praxis la ideología nacionalista del MNR jugó un papel muy secundario y se fue diluyendo con el paso de los años. Hasta es posible que los dos actos revolucionarios más importantes del MNR, la nacionalización de las minas y la reforma agraria, hayan sido llevados a cabo para ganar el apoyo de dilatados sectores sociales y no para acabar con los “obstáculos al desarrollo”. Todo esto suena muy actual.
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