La espada en la palabra
Quiero alejarme por un momento de la coyuntura política actual y de los trillados asuntos que nuestros columnistas están tocando día a día, hasta el punto hacer asquear nuestros ojos, para hablar sobre un asunto profundo, esencial y puramente teórico. Pretendo, en una palabra, escribir hoy sobre teoría y situarme en el campo de las ideas y los conceptos.
Muchos pensadores han dicho que la política se hace desde el poder, o que incluso es el poder mismo. De entrada digo que yo no creo que esto sea así. La política no puede ser el poder, sino estar a un mismo tiempo dentro y fuera de él; se hace desde los distintos campos que puedan tener influencia en el poder y, desde luego que sí, desde el poder mismo. Creo en la posibilidad de la existencia de un poder dual (pero no en su efectividad, que es cosa distinta). El poder puede ser compartido, como se ha demostrado a lo largo de la historia.
Creo que la concepción que propone Ortega que establece que la política es el arte de los resultados es insuficiente. Yo más bien creo que es el arte de las decisiones. Y es que cualquier tipo de intención o ejecución que repercuta de manera directa o indirecta en el poder, se hace un asunto político. Si tomásemos como política solamente la expresión de un resultado, tendríamos que evaluar teóricamente solo los efectos visibles e invisibles de una previa ejecución práctica o teórica. Además, esa concepción parecería solamente tener en cuenta actores que están en el poder. Pero lo cierto es que muchas veces la esterilidad de una cosa, vista desde cierto ángulo no tan objetivo sino un tanto volitivo, espiritual o fisiognómico, ya se hace política por el hecho de haber trascendido aunque sea en un plano poco observable o cuantificable. Y por otra parte, muchas veces los actores que no están en un plano de poder muy elevado (las corporaciones, por ejemplo), son partícipes decisorios de un hecho político. Ciertamente cuando una intención o acción quedan en la esterilidad, muere la cualidad política, y desde este punto de visa, la política sí es el arte de los resultados. Sin embargo, cualquier decisión sabiamente tomada y hábilmente ejecutada, tendrá que tener resultado, y esta definición antecede filosóficamente a la propuesta por Ortega. Por tanto, la política parte de las decisiones y no de los resultados.
El poder desde luego es el más importante factor. Todos los elementos sociales apuntan a él y desde él se hace la mayor parte de las cosas del orden público, pero no todas las cosas. Según Popper, nunca puede probarse que los enunciados científicos universales sean absolutamente verdaderos. En este sentido, se puede poner en cuestión todas las mal llamadas ciencias sociales (que son en realidad estudios sociales). La teoría de las Ciencias Políticas tiende a establecer, casi por unanimidad de sus teóricos, entre éstos Adolf Berle, que el poder es una especie de dios misterioso que decide todo lo relativo al ordenamiento público, pero eso no es tan así, como no es la economía la que decide todo (cual dicen los economistas) ni el Derecho el saber que lo explica todo (como dice un jurista fanático de su oficio).
La Ciencias Políticas piensan cómo ganar el poder, cómo conservarlo, cómo reproducirse en él y qué características debe tener la persona que lo consigue… pero para mí la cuestión de la política también debería estribar en las corporaciones que están fuera del poder, en las que ciertamente se toman decisiones que son llevadas a aquél para ser finalmente ejecutadas. Los niveles micro deben ser tomados en cuenta ya que dependen de ellos muchos elementos históricos que a veces son imperceptibles cuando son buscados solamente en los círculos de decisión gubernamental.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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