Estoy de acuerdo con Jaime Paz Zamora en que los bolivianos debemos dejarnos de jeremiadas y de estar lamentándonos de nuestra desdicha, de nuestra mala fortuna, y de que todos nos quieren perjudicar. Ya está bueno de gimotear por el mar perdido y más bien ver qué cosas se puede hacer para paliar nuestro enclaustramiento, sin tener los ojos puestos solamente en los territorios que Chile nos arrebató en la Guerra del Pacífico.
Jaime Paz ha dicho que hay que dejar que fluyan las relaciones con los chilenos y creo que es lo más acertado luego del disgusto que nos dio el fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Con la salvedad de preocuparnos intensamente por lo que la CIJ pueda fallar respecto del Silala (ya podemos poner las barbas en remojo), nuestros vínculos con Chile deben ceder en dramatismo y fluir, discurrir hacia nuevas etapas, sin que se tenga que prescindir de la factura marítima pendiente que ya se cobrará más adelante si se puede.
Todos los bolivianos -con muy pocas excepciones- creímos que esta vez las cosas estaban bien encaminadas en La Haya y que le asestaríamos un revés contundente a la diplomacia santiaguina, doblemente dolorosa porque se sumaría a la que sufrió con Perú. Sin embargo, sucedió lo contrario, y La Moneda obtuvo una victoria inesperada precisamente a costa nuestra; es decir que Bolivia le dio al vecino transandino el triunfo que necesitaba para recuperar un prestigio internacional que estaba menguando. Todo a costa de nuestro esfuerzo y millonario gasto.
No parece que el fallo de la CIJ hubiera sido ecuánime, pero falló y ya está. Ninguno de los elementos presentados por Bolivia fue considerado obligatorio como para que Chile se sentara a negociar algo con Bolivia, mucho menos fueron mencionados aspectos de soberanía o de plazos, que S.E. esperaba y anunciaba fervorosamente. El Vice, los presidentes de cámaras, ministros, parlamentarios, hablaban frenéticamente de “una nueva era”, de que comenzaría “una nueva historia de Bolivia” a partir del fallo. Y lo cierto es que nos hemos quedado en las mismas, pero más llorones y enfurruñados.
Prescindir de los puertos chilenos es una utopía; por lo menos hacerlo de inmediato. El país se ahogaría, cometería suicidio. Otra cosa es que se empuje con fuerza a Ilo en el Pacífico y a Puerto Busch en el río Paraguay. Hallar alternativas a los puertos chilenos es valedero, eso es otra cosa, y para el oriente boliviano no cabe duda de que Puerto Busch es primordial. Se ha despilfarrado millones de dólares en tonteras en medio del Chapare cocalero, pero el régimen solo se ha acordado de Puerto Busch cada 24 de septiembre, con decretos pomposos y anuncios de inminentes inversiones que no llegan a ese estratégico jirón deshabitado en media selva. El empresariado privado deberá hacerlo como ya lo hizo el pionero Joaquín Aguirre en el Tamengo.
Bueno, pues, dejémonos de lloriquear ante el mundo y emprendamos los accesos a Ilo y Puerto Busch. Eso está muy bien. Porque intentar desconocer el fallo de La Haya, de cuestionarlo, de denunciarlo ante las propias Naciones Unidas, es una locura total. Pretender reclamos escritos a la ONU es paranoia pura. El fallo es inapelable y lo sabíamos todos. Y esto no es como el F-21, que los masistas y S.E. se lo quieren pasar por el forro. Aquí no valen los caprichos de S.E., aunque sus íntimos lo animen a las jugarretas más peligrosas para después esconderse detrás de él.
¿Sabía Jaime Paz que se venía el desastre judicial? Al parecer sí, porque dijo que tenía malas noticias de La Haya y no aceptó acompañar a S.E. En todo caso acertó. Y acertó también al decir que entre la libertad y el mar, prefiere la libertad. O lo que es ideal: mar con democracia. Bien dicho en estos momentos de turbulencia y de ambiciones políticas que tienden a una intolerable intención de que S.E. se siga refocilando con el poder.
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